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CARTAS POLÍTICAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

¡Sorpresa! Entra a su año final el gobierno de AMLO y no somos ni Venezuela del Norte, ni Cuba del Oeste, ni Corea del Occidente, como algunos pronosticaban.

¿México es un mejor o peor país? Sí es mejor –es poquito mejor– y lo mismo sí empeoró. Tampoco somos Dinamarca, Suiza u Holanda, eso es cierto. Este gobierno ha pecado como consagrado. Incomprensible y cuestionable es la gestión del gobierno en materia de salud, seguridad pública y educación.

López Obrador decidió echar atrás más de 30 años de descentralización del sistema de salud e intentó avanzar en universalizar la salud gratuita, proyecto al que hasta hoy no se le ven ni pies ni cabeza y ha resultado ineficiente y subóptimo. A su vez, bajo la consigna de eliminar la corrupción, decidió interrumpir, centralizar y básicamente desbaratar el mecanismo de compras consolidadas de medicamentos que no ha podido volver a estabilizarse hasta la fecha.

El tema de seguridad si bien es un problema que viene de mucho tiempo atrás, sigue lastimando severamente a la sociedad mexicana. A pesar de la política de abrazos y no balazos, las Fuerzas Armadas continúan teniendo un papel protagónico en las tareas de seguridad, si no es que han jugado un rol mayor. La creación de la Guardia Nacional integrada por miembros de las propias fuerzas y la expansión de la Sedena y Semar a funciones administrativas es una decisión que costará revertir.

A su vez, la educación en México se vio seriamente afectada, primero, por la pandemia por Covid-19 que provocó que muchos tuvieran que guardarse en casa y que se suspendieran las clases presenciales y, en segundo lugar, por el poquísimo interés de este gobierno por este sector que le ha confiado la SEP a perfiles que evidentemente no han dado el ancho.

Si bien el gobierno de López Obrador ha pecado, también es cierto que ha tenido logros. La construcción de los trenes, el aeropuerto Felipe Ángeles, la refinería de Dos Bocas pueden ser muy criticadas y aún pueden estar incompletas, pero están en los últimos pasos para poder convertirse en obras de infraestructura emblemáticas del sexenio y con potencial de catalizar el desarrollo económico de las regiones en donde se instalaron.

Quizás lo más emblemático del gobierno de López Obrador ha sido su manejo político, para bien y para mal. Para mal, porque su estrategia de confrontación constante con la oposición, los órganos constitucionales autónomos y el Poder Judicial no sólo han opacado la comunicación de sus logros, sino que muestran una visión particular de la política y una sensación de que la democracia está en vilo. No obstante, es notable y de reconocer que el papel protagónico del Ejecutivo durante su administración le ha dado un dinamismo inusitado, nunca antes visto en la vida democrática del país, a la interacción entre los Poderes del Estado. En su administración el Ejecutivo puede reclamar al Poder Judicial sus decisiones, aunque si así es la decisión final la acata. Hace uso de los poderes constitucionales que se le confieren para presionar a los otros Poderes, los que en respuesta hacen lo propio.

Otro punto notable de la administración de López Obrador es la creación de liderazgos que no estaban insertos en la vieja política. Fox no pudo capitalizar su popularidad en un legado que continuara su espíritu; Calderón aunque lo intentó no pudo dejar herencia en la política, aunque Margarita Zavala no se desanima y Peña Nieto y su crisis de corrupción dejó poco margen para que liderazgos como José Antonio Meade pudieran prosperar. En cambio, AMLO dejó un cúmulo de liderazgos a nivel federal como Sheinbaum, Adán Augusto, Ebrard y Monreal así como en los estados que no se habían visto en la vida democrática del país. Por último, también es impresionante el poder político que ha acumulado frente a los gobiernos estatales, los cuales aún siendo de oposición, han reconocido la conveniencia de cooperar con el Gobierno federal.

En conclusión, como toda democracia el gobierno de López Obrador va entregando un saldo muy parecido al de sus predecesores, no hay triunfos monumentales ni desastres calamitosos. Lo más notable de su sexenio, su carisma y su arte política, se extinguirá en cuanto entregue la banda presidencial. Aun cuando su consejo sea recurrido, el Ejecutivo perderá la fuerza metaconstitucional que adquirió López Obrador, con la cual contaban los priistas de antaño y que AMLO puso, pésele a quien le pese, al servicio de la democracia mexicana.

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