El consistente triunfo de Xiomara Castro en las elecciones presidenciales de Honduras, con más veinte por ciento de ventaja sobre su rival, Nasry Asfura, del conservador Partido Nacional, rompe por segunda vez la vetusta hegemonía bipartidista hondureña. La primera vez que se produjo un quiebre de ese sistema, uno de los más rancios y oligárquicos de la región, fue en 2009, cuando el presidente Manuel Zelaya, esposo de Castro, intentó reelegirse y sufrió un golpe de Estado.
Desde el poder, Zelaya abandonó la línea tradicional de los liberales hondureños y se integró al polo bolivariano, que en aquellos años exhibía como seña de identidad la reelección indefinida. La reacción de la derecha fue inclemente y el mandatario fue derrocado en un acto de mayor inconstitucionalidad que el que le imputaban sus adversarios. Ahora, con Castro, la izquierda vuelve al poder, en un contexto latinoamericano distinto, aunque con poderosas inercias del periodo chavista.
Por lo pronto, la alternancia, siempre favorable a una consolidación democrática, deberá coexistir con un congreso sin mayoría. Aunque con más ventaja electoral, la coalición gobernante de Castro se enfrentará a una situación similar a la de Pedro Castillo en Perú. Para preservar la gobernabilidad tendrá que negociar con fuerzas legislativas de los partidos opositores y hacer avanzar una agenda de consenso que le permita capitalizar el triunfo.
La victoria de Castro augura una contención del ascendente conservadurismo evangélico regional, sobre todo, en materia de despenalización del aborto, políticas de equidad de género y democratización de la educación y la cultura. En su campaña, Castro también mostró apoyo a la estrategia de inversión en el desarrollo de zonas expulsoras de migrantes, como la que ha promovido el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en colaboración con el gobierno de Joe Biden y Kamala Harris.
Pero al igual que en 2009 con Zelaya, el triunfo de la izquierda en Honduras suscitará el cortejo de los gobiernos alineados con el polo bolivariano. Como se ha visto en días recientes, algunos de los mandatarios que más enfáticamente han arropado a Castro son el de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo en Nicaragua, el de Nicolás Maduro en Venezuela y el de Miguel Díaz-Canel en Cuba.
Tal y como sucedió con el triunfo de Castillo en Perú, esa franja de la geopolítica latinoamericana hace votos por un regreso de Honduras a la Alianza Bolivariana. Y al igual que en Perú, los complejos equilibrios internos de la política hondureña podrían impedir el tan deseado alineamiento. De más está decir que uno de los costos de una incorporación de Honduras al Alba sería la demanda de respaldo irrestricto a un gobierno tan ampliamente cuestionado como el de Ortega y Murillo. La nueva administración, que encabezará Xiomara Castro, tendrá que afinar su posicionamiento dentro de la comunidad centroamericana.