El año de la nueva guerra

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Rafael Rojas<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Rafael Rojas*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Este año, en que la pandemia entra en un retroceso temporal, produjo uno de los acontecimientos decisivos del siglo XXI. Como el atentado en las Torres Gemelas de Nueva York, en la primera década del nuevo milenio, la invasión rusa de Ucrania marca nuestra época con el signo de la violencia. En este caso, una violencia hegemónica de parte de uno de los poderes contendientes del orden multipolar.

Desde la caída del Muro de Berlín, en 1989, las demandas de un equilibrio global han sido reiteradas y crecientes. Las guerras del Golfo y los Balcanes dejaron ver la fisonomía unipolar del mundo posterior a la Guerra Fría. La supremacía de Estados Unidos sobre una Europa en proceso de integración se hizo evidente, a costa, en casos como las intervenciones en Irak y Afganistán, de los propios intereses europeos.

El relanzamiento del superpoder ruso, conducido por Vladimir Putin, así como la más reciente deriva autoritaria en China, bajo el liderazgo de Xi Jinping, son respuestas a aquel unipolarismo de fines del siglo XX y principios del XXI. Sin embargo, ambas, pero sobre todo la rusa, han acabado siendo respuestas que actualizan y expanden los mecanismos de las hegemonías tradicionales de antes y después de la Guerra Fría.

Uno de esos mecanismos, la guerra imperial, se naturaliza nuevamente en el mundo, tras la invasión rusa de Ucrania. En vez de encauzar el multipolarismo por vías diplomáticas, a través de la ONU y del propio Consejo de Seguridad, Moscú decidió apostar a la guerra, luego de su exitosa anexión de Crimea. La falta de una reacción diplomática conjunta, entre Estados Unidos y Europa, a la apropiación territorial de Crimea, en 2014, fue en buena medida un indicio del nuevo expansionismo ruso.

Pero la novedad de este expansionismo tiene que ver, justamente, con su réplica o mímesis de los discursos y las prácticas del imperialismo moderno. Despojada de cualquier rastro de ideología o principismo liberal o socialista, la invasión rusa de Ucrania recicla los valores secos del hegemonismo moderno del siglo XIX. Se trata de un retroceso de gravísimas consecuencias, que probablemente no advirtamos hasta dentro de unos años, cuando otras potencias emergentes recurran al mismo mecanismo.

La racionalidad que sustenta la invasión de Ucrania es que esta nación no existe fuera de la órbita rusa. La misma racionalidad de los imperios coloniales hasta los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando el nacimiento del mundo bipolar coincidió los procesos de descolonización en Asia y África. Precisamente, la ONU y los foros tercermundistas surgieron en aquellos años como búsquedas de una legalidad internacional que contrarrestara las invasiones, anexiones y guerras imperiales.

Estados Unidos y la URSS desafiaron aquellos esfuerzos con conflictos bélicos de la Guerra Fría, como los de Corea, Viet Nam o Afganistán. La invasión rusa de Ucrania es un reto similar, después del marco temporal de la Guerra Fría, pero con el consiguiente involucramiento de Estados Unidos y Europa por medio del respaldo a Kiev. De ahí que el retro-imperialismo ruso produzca un efecto de continuidad o persistencia del mundo bipolar, que no es real.

Los afectados intentos de presentar la reacción de Occidente como una nueva cruzada liberal contra el autoritarismo contribuyen a esa distorsión, pero tienen su origen natural en las opciones frente a una guerra injusta. El respaldo de Estados Unidos y Europa a Ucrania era inevitable y, muy difícilmente, no estuvo calculado en los planes de Putin y la jerarquía rusa.

Descartada la peor opción, que era el involucramiento directo de la OTAN en la guerra, la fórmula de un respaldo diplomático y militar a Kiev permitió la resistencia del gobierno ucraniano, elegido democráticamente, pero desembocó en una guerra de desgaste, estacionaria, tremendamente costosa en pérdidas de vidas humanas y recursos materiales.

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Arturo Damm Arnal