Bolívar en Chapultepec

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas&nbsp;<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Rafael Rojas *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Se habló de Simón Bolívar en el Castillo de Chapultepec. El tono fue apologético, como si la oratoria política fuera impermeable al saber histórico. Frases como las que se dijeron en Chapultepec se han escuchado durante doscientos años en boca de políticos liberales o conservadores, de derecha o izquierda.

Bolívar lideró una gesta de independencia que convirtió un par de virreinatos y varias capitanías generales en un puñado de repúblicas modernas. También animó el primer proyecto de “confederación” o “unión y liga” entre esas y otras naciones como el Río de la Plata y México, planteado en el congreso anfictiónico de Panamá en 1826.

Pero no hay biógrafo o historiador de la independencia que no se enfrente, para justificarlos o cuestionarlos, a aspectos controvertidos como la traición a Francisco Miranda, el decreto de guerra a muerte, la ejecución de Manuel Piar, la masacre de españoles en Puerto Cabello o el modelo dictatorial de presidente vitalicio y vicepresidencia hereditaria que Bolívar diseñó para Bolivia y Perú y trató de imponer en la Gran Colombia.

El genio de Bolívar como militar, estadista, pensador y escritor –pocos políticos latinoamericanos pueden exhibir ensayos como la “Carta de Jamaica” (1815) o el “Discurso de Angostura” (1819)– está fuera de duda. Pero mantener el culto intacto, doscientos años después, sin las matizaciones que el conocimiento histórico ha hecho al discurso heroico, es gesto de demagogia.

Elemento central de ese culto, compartido por caudillos conservadores como García Moreno y liberales como Guzmán Blanco, de derecha como Cipriano Castro y de izquierda como Hugo Chávez, es el supuesto antimperialismo de Bolívar. Extraño antimperialismo de un admirador de la Gran Bretaña, amigo de Canning y Clay, que invitó a Londres y a Washington a Panamá.

Bolívar dijo que Estados Unidos era una “república de ángeles” y rechazó el federalismo porque, a su juicio, América Latina, por su diversidad social y étnica, requería de gobiernos centralistas. Elogió el federalismo como “sistema perfecto”, así como exaltó la monarquía constitucional y parlamentaria británica. La manipulada frase contra Estados Unidos, en 1829, al coronel Campbell, se explica por su contexto.

En Chapultepec se dijo que la Doctrina Monroe destruyó el proyecto bolivariano. Pero, como es sabido, el Congreso de Panamá se celebró tres años después del discurso de Monroe. Bolívar y casi todos los próceres de su generación agradecieron la pieza de J. Q. Adams porque contenía la reconquista de España y la Santa Alianza.

El proyecto de “unión y liga” fracasó por otras razones, una de ellas, el rechazo de las regiones y caudillos de la Gran Colombia a la presidencia vitalicia y el régimen centralista. De hecho, otros políticos latinoamericanos intentaron retomarlo después de Bolívar. Uno de ellos fue el mexicano Lucas Alamán, creador de un “pacto de familia” entre naciones latinoamericanas en 1831.

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