Nayib Bukele es la nueva figura del autoritarismo latinoamericano. Joven empresario y mercadólogo, que comenzó su carrera política en las filas del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), de donde fue expulsado, llegó hace un par de años a la presidencia de El Salvador como candidato de un partido de derecha, la Gran Alianza por la Unidad Popular (GANA), creado a mediados de la década por Antonio Saca, expresidente conservador.
A tono con su breve biografía oscilante, Bukele sostiene que ya no hay derechas e izquierdas, que la política contemporánea debe trascender las ideologías y dar respuestas concretas al hombre común. En un gesto afín al nuevo conservadurismo latinoamericano, el presidente mostró muy rápido su rechazo al matrimonio igualitario, al derecho de las mujeres a decidir, al activismo LGTBI y buscó respaldo en el ejército y el tele-evangelismo.
Pero no es hasta ahora que Bukele comienza a mover el régimen político salvadoreño hacia alguna modalidad autoritaria. Durante la campaña presidencial y los primeros años de gobierno, la mayoría de sus posicionamientos ha estado puesta en función de consolidar su popularidad. Con un control de casi tres cuartas partes del parlamento, el joven presidente ha decidido avanzar en la captura de las instituciones.
La Asamblea Legislativa acaba de destituir al Fiscal General, Raúl Melara, a cinco magistrados titulares y a cuatro suplentes de la Sala Constitucional de la Corte Suprema. Esta semana, en respuesta a diversas reclamaciones de la comunidad internacional, el presidente declaró que la remoción de funcionarios de administraciones pasadas, continuaría. La frase que utilizó es muy reveladora: “el pueblo no nos mandó a negociar. Se van todos”.
El argumento que utiliza Bukele no es típicamente anticorrupción, como el que caracteriza a López Obrador y otros políticos de la región. El fiscal Melara no está acusado de corrupción, como varios políticos del partido gobernante. De hecho, encabeza una ofensiva anticorrupción desde hace dos años, pero su nombramiento proviene de la pasada administración de Salvador Sánchez Cerén y el FMLN.
La argumentación de Bukele es típicamente hegemonista: tiene la mayoría y puede controlar todos los poderes. En su justificación sostiene que el control total es la aspiración de todo líder o partido y que si la oposición ganara en Venezuela o en Nicaragua haría lo mismo. Bukele ha sido crítico de Maduro y Ortega pero es evidente que esta declaración cayó bien en Caracas y Managua.
Poco a poco la deriva autoritaria de Bukele comienza a producir resonancias geopolíticas tan curiosas como su propio liderazgo. Después de que le llovieran críticas desde Estados Unidos, la ONU y la Unión Europea, China salió en defensa del presidente salvadoreño. Los intereses de China en Centroamérica crecen y podría darse el caso de que Beijing termine como aliado de Bukele y Ortega, antípodas de la región.