El próximo mes de junio está prevista la celebración, en Los Ángeles, de la novena cumbre de las Américas. Desde enero, el presidente Joe Biden anunció que la cumbre pondría el foco en la construcción de un “futuro sostenible, resiliente y equitativo” en el hemisferio. Una formulación suficientemente abarcadora para atraer a la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos y caribeños, en el contexto de la postpandemia.
A pesar de la flexible convocatoria, la amenaza de las exclusiones ensombrece la cumbre desde antes de su anuncio. En una conferencia virtual sobre la democracia, en diciembre del año pasado, donde se dio a conocer el cónclave de junio, Estados Unidos no invitó a representantes de ocho países latinoamericanos: Venezuela, Nicaragua, Cuba, Bolivia, Haití, El Salvador, Guatemala y Honduras.
Como comentamos en esta columna, se trató de un error diplomático en que se mezclaron argumentos políticos, relacionados con la naturaleza democrática o autoritaria de cada régimen, y diagnósticos severos sobre el estado de la seguridad nacional o la paz social en diversos países de la región. Algunos, como los del Triángulo Norte de Centroamérica, Cuba o Haití, con graves problemas estructurales y voluminosos potenciales migratorios, que también involucran a Estados Unidos como país de destino y a México como territorio de tránsito.
Desde que asumió la presidencia pro tempore de la Celac, el gobierno argentino de Alberto Fernández ha mostrado interés en rebajar algunos diferendos diplomáticos que, en los últimos años, han restado cohesión a ese foro. Además de sostener buenos vínculos con gobiernos de un perfil ideológico parecido, como los de Andrés Manuel López Obrador en México, Luis Arce en Bolivia o Gabriel Boric en Chile, Fernández ha intentado reconducir pragmáticamente la relación con Brasilia y levantar el perfil del vínculo bilateral con Luis Lacalle en Uruguay y Guillermo Lasso en Ecuador.
En la reciente visita de Lasso a Buenos Aires se trató el tema de la normalización diplomática con Venezuela. Ambos gobernantes parecieron estar de acuerdo en la importancia de diálogo diplomático con Caracas para avanzar en un restablecimiento democrático, que contribuya a poner fin al deterioro de los derechos humanos, la aguda crisis económica y el éxodo multitudinario. Lasso podría jugar un papel clave en una eventual distensión de la vecindad entre Venezuela y Colombia.
No sabemos cuál será la respuesta del gobierno de Nicolás Maduro a las gestiones argentinas y ecuatorianas, pero es muy probable que una parte de la oposición venezolana no acompañe la normalización diplomática. En todo caso, víspera de la novena cumbre de las Américas en Los Ángeles, no sería descartable que la Celac se posicione como un foro que haga visibles las exclusiones del encuentro interamericano y actúe como contrapeso al relanzamiento de la agenda hemisférica desde Washington.