Estimaciones de revistas y centros de estudios internacionales calculan en más de 550,000 millones de dólares el volumen del comercio entre China y América Latina. Un intercambio que, en la última década, ha crecido a mayor velocidad que el de Estados Unidos con la región. Las importaciones de China desde América Latina y las exportaciones de ésta al gigante asiático superan, respectivamente, los 200 000 millones de dólares.
China ha desplazado a Estados Unidos como el principal exportador a América Latina, especialmente en Suramérica. Su vínculo comercial es muy parecido al que tradicionalmente desempeñaron las grandes potencias occidentales desde el siglo XIX: compra materias primas (minerales, soja, carne) y vende manufacturas. Poco a poco China también va posicionándose como inversionista, financista y generador de créditos, desde sus grandes bancos en Beijing y Shanghái.
Frente a esta nueva realidad se ponen a circular malentendidos y equívocos. Es cierto que China y, sobre todo, Rusia respaldan a los pocos regímenes abiertamente antidemocráticos que quedan en la región. También es cierto que, en foros internacionales, juegan a relativizar la democracia y a contrarrestar la influencia de Estados Unidos y la Unión Europea
Al igual que China, Rusia quiere internarse en América Latina y el Caribe. Sin embargo, carece, con mucho, del poder económico y financiero de los asiáticos. El comercio entre la región y Rusia no rebasa los 1,000 millones de dólares, casi seis veces menos que el chino. Rusia compra verduras y frutas y vende hierro, acero y carbón, pero su gran oferta a América Latina está en los sectores energéticos y militares. El mercado de armamento ruso ha crecido sostenidamente en la última década.
Frente a esta nueva realidad se ponen a circular malentendidos y equívocos. Es cierto que China y, sobre todo, Rusia respaldan a los pocos regímenes abiertamente antidemocráticos que quedan en la región. También es cierto que, en foros internacionales, juegan a relativizar la democracia y a contrarrestar la influencia de Estados Unidos y la Unión Europea. Pero en América Latina, el mensaje neoimperial y autocrático proviene centralmente de Moscú.
Es equivocado imaginar a China y Rusia como parte de una alianza o tándem contra el liberalismo y Occidente, como si se tratara del bloque soviético resurrecto. Esa fantasía de la izquierda autoritaria que, desde hace años, vislumbra acciones conjuntas de las dos potencias contra la democracia occidental, encuentra su espejo en el nuevo macartismo geopolítico de una derecha que llama a combatir el “peligro ruso-chino” en América Latina.
La administración Biden, en vez de invertir aquella lógica, ha propiciado una hostilización de los vínculos con ambas potencias. Esa deriva, más la reacción internacional a la injusta e injustificada invasión de Ucrania, ha acercado a Putin y a Xi Jinping. Sin embargo, tal acercamiento táctico no significa que ambos regímenes posean la misma visión del orden multipolar
En el avance de ambas potencias en la región tiene responsabilidad innegable Estados Unidos, cuya política hemisférica ha sido sumamente errática desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Trump, recordemos, boicoteó el Tratado Transpacífico, un proyecto que hubiera servido para reforzar la coexistencia de intereses chinos, estadounidenses y europeos en América Latina. Mientras confrontaba a China, partidaria del libre comercio, Trump cortejaba a Rusia, más proclive al proteccionismo.
La administración Biden, en vez de invertir aquella lógica, ha propiciado una hostilización de los vínculos con ambas potencias. Esa deriva, más la reacción internacional a la injusta e injustificada invasión de Ucrania, ha acercado a Putin y a Xi Jinping. Sin embargo, tal acercamiento táctico no significa que ambos regímenes posean la misma visión del orden multipolar. China es un autoritarismo liberal y Rusia una autocracia antiliberal. Las distancias entre ambos podrían ser mejor aprovechadas desde América Latina.
A diferencia de Rusia, China no se interesa en América Latina para incrementar tensiones con Estados Unidos o para desarticular las democracias de la región. Su vínculo, de hecho, es especialmente fluido y rentable con gobiernos de derecha como el brasileño o el uruguayo, que quieren también una buena relación con Washington. Aceptar la oferta de nexo pragmático de China, preservando el marco interamericano, la democracia constitucional y el respeto a los derechos humanos, puede ser una combinación favorable para las economías y sociedades latinoamericanas.