El auge de movimientos indígenas en las Américas ha hecho de la figura de Cristóbal Colón un símbolo de la crueldad y el despojo de la conquista y colonización. Cada 12 de octubre se confirma ese cambio de percepción que, según cálculos de Ulises Fuente, ha logrado el derribo o retiro de más de 33 estatuas de Colón en territorio americano, especialmente en Estados Unidos.
En la izquierda latinoamericana, esa percepción negativa de Colón es nueva. La tradición republicana y liberal del siglo XIX, vindicada por los revolucionarios del siglo XX, siempre honró a Colón. Simón Bolívar le llamaba a Latinoamérica “el mundo de Colón”, que había “dejado de ser español” cuando logró la independencia. El pensador chileno Francisco Bilbao escribía a la altura de 1848 que “Colón, lleno de sublimes esperanzas, no descubrió sino encontró la tierra de América”.
El cubano José Martí, guía espiritual de todos los revolucionarios de la isla en el siglo XX, fue gran admirador de Colón. Martí dijo que el Almirante “halló la tierra buscando el cielo” y lo imaginó como un rey con capa de armiño, que había logrado una proeza equiparable a las conquistas de Alejandro y los viajes de Marco Polo.
En el Manifiesto Comunista (1848), Marx y Engels destacaron la importancia del “descubrimiento de América y la circunnavegación de África” para la revolución industrial. Gracias a la hazaña de Colón, la “burguesía en ascenso ganó un nuevo campo de actividad”. La “colonización de América”, agregaban Marx y Engels, “aceleró el elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición” y “preparó la creación del mercado mundial para la gran industria”.
Lenin y Trotski también admiraron a Colón. Algunos de sus primeros discípulos en América Latina, como el brillante marxista peruano José Carlos Mariátegui, insistieron en separar a Colón y a Bartolomé de las Casas –otro referente de la tradición anticolonial bolivariana y martiana—, del linaje de los conquistadores: Velázquez, Cortés, Pizarro, Valdivia.
Mariátegui, tal vez el marxista latinoamericano que más importancia dio a la propiedad comunal y la identidad cultural de los pueblos originarios, se opuso a que el 12 de octubre fuera celebrado como “día de la raza” o de la “Hispanidad”, pero aseguró que Colón era uno de los “más grandes protagonistas de la civilización occidental” y que el “descubrimiento era el principio de la modernidad”.
Como tantos otros intelectuales latinoamericanos del siglo XX –Vasconcelos, Reyes, Henríquez Ureña—, Mariátegui vio a Colón como un mensajero de las ideas renacentistas y utópicas y no, únicamente, como portador de las instituciones más oprobiosas de la conquista y la evangelización: esclavitud, servidumbre, inquisición.
Raúl Roa, el famoso canciller cubano, vivió exiliado en México en los años 50. En un testimonio, escribió que la estatua de Colón en Reforma, junto a la de Cuauhtémoc, el Ángel de la Independencia y el monumento a la nacionalización petrolera, simbolizaba la integración de la memoria producida por la Revolución Mexicana.