Por lo poco que ha trascendido de la investigación sobre el intento de asesinato de la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, el perpetrador, Fernando Andrés Sabag Montiel, estaría vinculado con círculos y redes sociales de extrema derecha. Su pareja respaldaba mensajes de La Libertad Avanza, organización que encabeza Javier Milei, y un seguidor de éste, el empresario y activista José Derman, que celebró el ataque, ha sido detenido.
Tras el conato de magnicidio, fenómeno sumamente raro en la historia argentina reciente, la reacción oficial apuntó a los discursos de odio que proliferan en redes y medios del campo opositor. Esa inculpación, que también sugirió el presidente Alberto Fernández en un mensaje a la nación, provocó que se complicara el posicionamiento común, contra la violencia, de todas las formaciones políticas en el congreso argentino.
En otros contextos, como el estadounidense o el europeo, donde esos atentados son más usuales, pocos dudan que el asesinato político está relacionado con la violencia verbal y la criminalización discursiva que predominan en medios y redes extremistas. Sin embargo, la indistinción oficial entre la extrema derecha y la derecha democrática, combinada con la desestimación de discursos de odio que se producen en el campo de las izquierdas, atizan la indiscriminada capitalización política del atentado.
La criminalización o estigmatización mediática del rival, lo mismo desde el gobierno que desde la oposición, pueden incitar actos de violencia. Una violencia que adopta múltiples formas, desde la ejecución de la persona hasta el asesinato de su reputación, sin excluir el lawfare, la cárcel, el exilio, la confiscación de bienes, el acoso o los despidos. Los medios y las redes no son “culpables” de todo ese repertorio de violencia política, pero sí responsables del clima de linchamiento que se instala en la vida pública argentina y latinoamericana.
En el caso de los discursos de odio contra la vicepresidenta es inevitable reconocer el peso del machismo. Pudo constatarse desde su gestión presidencial y se intensifica ahora, cuando Cristina Fernández de Kirchner ocupa nuevamente el centro de la política argentina. Esas evidencias, sin embargo, no deberían conducir al desconocimiento de los discursos de odio que producen el propio kirchnerismo y la izquierda latinoamericana, especialmente en su modalidad autoritaria.
El intento de atentado contra Cristina Fernández de Kirchner afinca aún más la política argentina en una estructura dramática binaria. El estar “con o contra Cristina” vuelve a regir la mayor parte de los posicionamientos públicos. La causa judicial contra la vicepresidenta, por lo visto, seguirá su curso, en medio de una ascendente polarización, desfavorable al ejercicio autónomo de la justicia y a la contienda electoral del próximo año, donde se juega el futuro de la democracia argentina.