En los últimos días se ha producido un cruce de declaraciones entre Donald Trump, candidato por el Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos, y la Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, que vale la pena archivar para cuando se escriba sobre las transformaciones de la izquierda latinoamericana en el siglo XXI.
Las revoluciones y los populismos latinoamericanos del siglo XX tendieron, de manera generalizada, a una relación conflictiva con Estados Unidos. La potencia hegemónica del hemisferio occidental, durante la Guerra Fría, era también el actor externo de mayor peso en la vida económica y política de la región. La soberanía, especialmente en corrientes de izquierda abocadas al control de los recursos energéticos, se afirmaba, fundamentalmente, contra los intereses de Washington.
Durante sus recientes giras por Michigan y Detroit, Trump ha vuelto a amenazar con subir los aranceles del comercio con México, en caso de llegar a la Casa Blanca. Varias veces se refirió a que cuando da la cifra de 200% de subida de los aranceles para neutralizar la industria automotriz mexicana e impedir su crecimiento a través del aumento de exportaciones a Estados Unidos, está pensando, en realidad, en el alza arancelaria que sea necesaria.
Los aranceles, según Trump, podrían llegar a 500%, si es lo que se requiere para destruir la competencia mexicana que, a su juicio, está acabando con la industria en Detroit y Michigan. Aunque promovió una renegociación del viejo Tratado de Libre Comercio de los años 90, a través del nuevo T-MEC en 2020, Trump no ha dejado de presentar a México y a los mexicanos como enemigos que amenazan la prosperidad y la identidad estadounidense, por medio de privilegios arancelarios y una migración indeseada.
La respuesta de la Presidenta Sheinbaum a las amenazas de Trump, no deja de ser asombrosa desde la perspectiva de la izquierda latinoamericana. La mandataria llama a no dar demasiado crédito a las declaraciones de Trump porque “Estados Unidos ya depende mucho de México”. La relación prioritaria y cuidadosa de Washington con su vecino del sur sería, según Sheinbaum, “necesaria” e “inevitable”.
La integración estaría generando una situación irreversible, según la cual Estados Unidos dependería más de México que México de Estados Unidos. La asimetría estaría invertiéndose y ni siquiera el racismo y la xenofobia de Trump podrían desarmar ese nuevo engranaje estructural entre los dos países. De acuerdo con la Presidenta mexicana, en cuanto pase el contexto electoral, gane quien gane en Washington, el vínculo bilateral será respetuoso.
Cabría preguntarse qué piensa de esa visión de las relaciones entre Estados Unidos y México el amplio sector de la izquierda bolivariana en América Latina que, en los últimos meses, transfirió su apoyo a AMLO y a la nueva jefa del Estado mexicano. No habría que dar por seguro que esa crucial diferencia geopolítica pase inadvertida.