Las diferencias entre regímenes no democráticos, en el último siglo por lo menos, son incontables. Han existido y existen muy diversos tipos de autoritarismos y poco favor se hace a la opinión pública, desde la historia, la teoría política o las ciencias sociales, cuando se intenta englobar en una sola categoría esa heterogeneidad irreductible.
Sin embargo, hay un rasgo común en todos ellos que es la desnacionalización del opositor. Me refiero al momento en que el opositor es convertido en enemigo de la nación y traidor a la patria en el discurso oficial. Ya cuando esa desnacionalización pasa a las leyes del Estado se toca un extremo del horizonte antidemocrático. Es lo que está sucediendo a los ojos del mundo en Nicaragua, país donde tuvo lugar la última revolución social del siglo XX latinoamericano.
A mediados de 2021, el gobierno nicaragüense encarceló bajo cargos de traición a la patria, terrorismo y mercenarismo a decenas de opositores y activistas que pacíficamente trataban de impedir la última reelección de Daniel Ortega. Nicaragua, valga otra vez el recordatorio, es, junto con Venezuela, uno de los dos únicos países de América Latina y el Caribe que constitucionalmente sostienen la reelección indefinida.
Los intentos de Ortega por atraer a China, Rusia e Irán, como aliados de su régimen, funcionan a nivel político, pero no económico. Las inversiones de esos países han ido decreciendo, aunque la presencia de altos funcionarios iraníes y rusos, sobre todo, en Managua, en los últimos meses, contribuyan al espectáculo geopoliticista montado por los nuevos dictadores nicaragüenses
Una de las principales objetoras de la reelección de Ortega fue la comandante sandinista Dora María Téllez, ícono de la juventud revolucionaria latinoamericana a fines del siglo XX. En entrevista con Blanche Petrich, en La Jornada, la Comandante Dos narró detalles del hermetismo y la arbitrariedad con que se ha conducido, de principio a fin, el caso judicial contra los opositores nicaragüenses.
Año y medio después, más de 200 de aquellos presos políticos fueron excarcelados en una operación de traslado a Estados Unidos, que valdría la pena dilucidar. Luego se les retiró la nacionalidad a más de 90 personalidades, entre las que se encuentran los reconocidos escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli, y el periodista Carlos Fernando Chamorro, hermano de una de las opositoras encarceladas y director de Confidencial, uno de los principales medios alternativos de Nicaragua.
El gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo niega que la excarcelación y el destierro de esos cientos de opositores forme parte de una operación negociada con Estados Unidos, pero hay antecedentes reconocibles de ese tipo de canje, de cárcel por exilio, entre el gobierno cubano, el venezolano y el Departamento de Estado en Washington. Lo que no parece haber sucedido, ni siquiera en la Cuba de la caliente Guerra Fría, es que a los opositores se les despojara de su nacionalidad.
Tanto la desnacionalización de opositores en las leyes como el canje de prisioneros políticos, tratados como rehenes, revela una dimensión perturbadora de las nuevas autocracias en América Latina y el Caribe. Hablamos de autocracias cada vez más normalizadas en el contexto de la desglobalización actual, que no pocos asumen, a conveniencia, como nueva versión de la Guerra Fría. No les faltan aliados a esas autocracias en el mundo: desde los explícitos hasta los que las ayudan con su silencio.
A mediados de 2021, el gobierno nicaragüense encarceló bajo cargos de traición a la patria, terrorismo y mercenarismo a decenas de opositores y activistas que pacíficamente trataban de impedir la última reelección de Daniel Ortega. Nicaragua, valga otra vez el recordatorio, es, junto con Venezuela, uno de los dos únicos países de América Latina y el Caribe que constitucionalmente sostienen la reelección indefinida
Pero no habría que olvidar que Estados Unidos es el principal socio comercial de Nicaragua. Más de un 60% de las exportaciones nicaragüenses y cerca de un 40% de las importaciones se producen entre el país centroamericano y su gran vecino del Norte. Sin embargo, no hay día en que Ortega, en una mala copia de Fidel Castro y Hugo Chávez, no culpe a Estados Unidos por los problemas de Nicaragua.
Los intentos de Ortega por atraer a China, Rusia e Irán, como aliados de su régimen, funcionan a nivel político, pero no económico. Las inversiones de esos países han ido decreciendo, aunque la presencia de altos funcionarios iraníes y rusos, sobre todo, en Managua, en los últimos meses, contribuyan al espectáculo geopoliticista montado por los nuevos dictadores nicaragüenses.