El pasado 27 de noviembre cientos de jóvenes artistas e intelectuales cubanos se plantaron durante más de doce horas frente al Ministerio de Cultura. El objetivo inicial fue protestar por la intervención policial de la sede del Movimiento San Isidro, la noche anterior, y el arresto de varios de sus miembros, en huelga de hambre y sed por casi una semana.
Desde días atrás, aquel grupo de artistas e intelectuales exhortaba a instituciones culturales, la Unión de Escritores y Artistas, la Casa de las Américas y el propio Ministerio de Cultura, a que se abriera un canal de diálogo con el Movimiento San Isidro para evitar la muerte de alguno de los huelguistas. Las instituciones desoyeron el reclamo de los jóvenes.
Al no poder dispersar la manifestación, el Ministerio aceptó conversar con 30 representantes. Del lado oficial, un viceministro, dos vicepresidentes de la Unión de Escritores y la Asociación Hermanos Saíz y dos directores de museos. De los manifestantes, miembros del propio Movimiento San Isidro, del Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) y de diversas comunidades de cineastas, artistas, escritores y dramaturgos.
También participaron el director de cine Fernando Pérez y el actor Jorge Perogurría, por lo que se trató de un grupo de muy diversos grados de relación con las instituciones del Estado. Algunos con un vínculo sólido, otros relativamente autónomos y otros más inscritos en la zona independiente de la cultura cubana, que crece en los últimos años.
Los temas del debate fueron también diversos —revisión del caso del rapero Denis Solís encarcelado por “desacato”, garantías para espacios independientes, cese de la represión política, fin de la descalificación oficial…—, pero todos giraban en torno a trabas a la libertad de asociación y expresión en Cuba.
El conflicto que se dirime en La Habana es incomprensible sin la frustración que dejó el pasado proceso constituyente, que culminó con una legislación inacabada en 2019, y sin el malestar que despiertan, en los jóvenes creadores, los decretos 349 y 373, que limitan las libertades de creación en las artes visuales y el cine independiente.
Durante los días siguientes, el diálogo fue ensordecido por el monólogo habitual de los medios de comunicación oficiales y las acciones del gobierno. Programas de televisión, manifestaciones convocadas, declaraciones del presidente y el canciller y una notable ofensiva en las redes oficialistas han distorsionado el sentido de la protesta y el diálogo del 27 de noviembre.
Lo que sucedió en el Ministerio de Cultura, según el relato hegemónico, no fue que un grupo de jóvenes planteó pacífica y cívicamente un conjunto de demandas a favor de libertades públicas, sino un “show mediático” y un “golpe blando de Donald Trump”. El monólogo se superpuso al diálogo, pero por unas horas pudo verse el rostro de una juventud crítica, que desea la democratización de su país, sin sacrificar su soberanía.