Difamando la democracia en las Américas

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

El expresidente Donald Trump, el día de las elecciones intermedias de EU<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>.<br>
El expresidente Donald Trump, el día de las elecciones intermedias de EU*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.. Foto: AP

En La jornada de un interventor electoral (1963), de Ítalo Calvino, se narra la gestión de un comunista italiano en un ejercicio de sufragio democrático, en el Cottolengo de Turín, en los años 50. En una escena, el funcionario de casilla de la izquierda coincide con un católico, que contaba votos para la democracia cristiana. El encuentro hace decir al protagonista de la novela, Amerigo Ormea, que:

“Reconocía el auténtico sentido de la democracia, y pensaba en la paradoja que significaba el que estuviesen juntos allí los creyentes en el orden divino, en el reino que no es de este mundo, y sus camaradas, perfectamente conscientes del engaño burgués de todo aquel tinglado”.

Del pasaje de Calvino no sólo se desprende, como generalmente se piensa, una celebración de la democracia como espacio de interlocución entre comunistas y católicos o como un evento plural y efímero. También se deriva la idea más inquietante de que la democracia puede ser practicada por personas que no creen en ella.

En Estados Unidos, Donald Trump y su corriente en el partido republicano llevan dos años presentando el triunfo de Joe Biden en las pasadas elecciones presidenciales como espurio o fraudulento. El trumpismo no reconoce la legitimidad de un gobierno democráticamente electo y, en consecuencia, justifica el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021

En los últimos meses hemos tenido tres evidencias nítidas de esa paradoja en la política americana. Evidencias que recorren toda la geografía del continente, desde Canadá hasta Argentina, y que desafían, por tanto, los viejos y arraigados estereotipos, tanto en la izquierda como en la derecha, de que la democracia es propia de sociedades avanzadas y el autoritarismo del “subdesarrollo” o el “atraso”.

En Estados Unidos, Donald Trump y su corriente en el partido republicano llevan dos años presentando el triunfo de Joe Biden en las pasadas elecciones presidenciales como espurio o fraudulento. El trumpismo no reconoce la legitimidad de un gobierno democráticamente electo y, en consecuencia, justifica el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021.

Pero Trump y los trumpistas han participado con entusiasmo en estas elecciones intermedias, a pesar de que desconfían de las leyes e instituciones electorales de Estados Unidos, a su juicio, en manos de “liberales”, “socialistas” y “globalistas”. De manera que los trumpistas, como los comunistas y católicos de Calvino, practican la democracia aunque descrean de sus normas y procedimientos.

Esa ambivalencia es un recurso del nuevo populismo global, que deliberadamente se ejerce para atraer a mayorías desencantadas del orden democrático y de los partidos tradicionales. Desconfiar de las premisas jurídicas y de los órganos autónomos de la democracia también es popular, aunque se base en una atribución a la democracia de problemas que no siempre tienen que ver consigo misma

En Brasil, Jair Bolsonaro y la enorme tendencia que lo sigue comienzan a hacer más o menos lo mismo. Desde antes de las elecciones, el bolsonarismo manifestó su desconfianza ante las propias instituciones y leyes que acreditaron su triunfo en 2018. El presidente no sólo no ha reconocido plenamente el triunfo de Lula da Silva sino que ya alienta una atmósfera de deslegitimación que algunos, con razón, llaman “golpista”.

En México, con la extrañeza agregada de un gobierno que reclama para sí la identidad de izquierda, se vive otra variante del mismo fenómeno. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador propone una reforma de la normatividad electoral del país, pero la hace acompañar de un discurso maximalista, insultante y destructivo, que parte de una descalificación en bloque del árbitro electoral, de su historia y de sus actuales titulares y miembros.

De más está recordar que esas instituciones y esos funcionarios fueron los mismos que acreditaron el triunfo de López Obrador en las elecciones presidenciales de 2018. Se repite aquí ese desdoblamiento que hemos visto en el trumpismo en Estados Unidos y en el bolsonarismo en Brasil. Un desdoblamiento que parte de una relación ambivalente con la democracia: se le aprovecha para llegar al poder, pero se le difama desde el poder.

Esa ambivalencia es un recurso del nuevo populismo global, de derecha o izquierda, que deliberadamente se ejerce para atraer a mayorías desencantadas del orden democrático y de los partidos tradicionales. Desconfiar de las premisas jurídicas y de los órganos autónomos de la democracia también es popular, aunque esa desconfianza se base en una atribución a la democracia de problemas que no siempre tienen que ver consigo misma.

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