Dilemas sucesorios en América Latina

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Los presidentes de Argentina, Alberto Fernández, y de Chile, Gabriel Boric, se saludan en el palacio presidencial chileno, el pasado 5 de abril.<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>&nbsp;<br>
Los presidentes de Argentina, Alberto Fernández, y de Chile, Gabriel Boric, se saludan en el palacio presidencial chileno, el pasado 5 de abril.*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.  Foto: AP

Uno de los principales problemas que enfrentan las izquierdas en el poder, en América Latina, es construir hegemonías duraderas dentro de marcos constitucionales que limitan, a distintos grados, la reelección presidencial. Ese conflicto se refleja en la incertidumbre o impredictibilidad que se vive antes de la designación o, en el mejor de los casos, la elección interna del candidato o la candidata a la sucesión.

En México existe una brillante tradición de pensamiento político sobre la sucesión presidencial, en el siglo XX, que va de Francisco I. Madero a Daniel Cosío Villegas, y que ayuda a comprender la importancia de lo imprevisible o lo incierto en procesos democráticos con un mínimo de competencia política. En 1975, Cosío Villegas cuestionaba mecanismos como el destape y la unción del Delfín, por parte del presidente en el México del PRI, pero reconocía que algo de aquella incertidumbre democrática se escenificaba en el momento previo, cuando los aspirantes salían a escena.

En los tres casos, Argentina, México y Bolivia, las oposiciones también tienen posibilidades de llegar a la presidencia. Con más solvencia en Argentina, menos en México y, sobre todo, en Bolivia, las probabilidades de una interrupción o alternancia del proyecto de gobierno están abiertas

Hay gobiernos de la izquierda latinoamericana, como los de Gabriel Boric, Gustavo Petro y Lula da Silva, que apenas comienzan, en los que no se siente aún la ansiedad de la sucesión presidencial. Pero otros como el argentino de Alberto Fernández, el boliviano de Luis Arce y el mexicano de Andrés Manuel López Obrador, ya están en plena dinámica sucesoria, aunque a diferentes niveles.

En Argentina es difícil afirmar, a unos meses de las elecciones primarias, quién será el candidato de la izquierda hegemónica: si el presidente Fernández buscará la reelección o si intentarán sucederle el ministro Sergio Massa, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner o, según versiones periodísticas, el hijo de ésta, Máximo Kirchner. Esos escenarios imponderables o impredecibles son elementos constitutivos de una democracia.

Lo mismo podría decirse de Bolivia, aunque en una pugna más acotada y riesgosa. El ex presidente Evo Morales y el presidente Luis Arce quieren reelegirse. El estudioso argentino Pablo Stefanoni ha analizado al detalle esta fricción dentro del hegemónico Movimiento al Socialismo (MAS), que poco a poco va perfilando un desdoblamiento de ese partido en la sociedad, la Asamblea Legislativa Plurinacional y la esfera pública boliviana. Esas tensiones y, eventualmente, fracturas, también forman parte de un proceso político democrático.

En México existe una brillante tradición de pensamiento político sobre la sucesión presidencial, en el siglo XX, que va de Francisco I. Madero a Daniel Cosío Villegas, y que ayuda a comprender la importancia de lo imprevisible o lo incierto en procesos democráticos con un mínimo de competencia política

En México se vive una incertidumbre similar, antes de la nominación oficial —según unos, decidida por el actual presidente, como en la época del PRI; según otros, como resultado de una encuesta interna de Morena— de la candidata o el candidato a suceder a Andrés Manuel López Obrador. Todavía quedan unos meses de “semidesnudos y tapados”, como decía Cosío Villegas, de “novedad e incertidumbre”, a la que se sumará luego la sana falta de certeza si, desde la oposición o el propio bloque hegemónico, surgen otras candidaturas competitivas.

En los tres casos, Argentina, México y Bolivia, las oposiciones también tienen posibilidades de llegar a la presidencia. Con más solvencia en Argentina, menos en México y, sobre todo, en Bolivia, las probabilidades de una interrupción o alternancia del proyecto de gobierno están abiertas. Ese umbral de cambio es consustancial a la democracia, por mucho que los discursos oficiales, en los tres países, establezcan una sinonimia entre derecha y autoritarismo.

¿Dónde sí parece descartado cualquier desvío del guion oficial? Otra vez, en Cuba, Venezuela y Nicaragua. En una semana, Miguel Díaz-Canel, que fue designado como sucesor, en 2018, por Raúl Castro y la cúpula del Partido Comunista, será reelecto por una Asamblea Nacional sin representación opositora. En un año —si es que no se adelanta el proceso electoral previsto para 2024— veremos a Nicolás Maduro reelegirse en Venezuela. Y en 2026, Daniel Ortega intentará lo mismo, por quinta vez, en Nicaragua.

Temas:
TE RECOMENDAMOS:
Pedro Sánchez Rodríguez