Rafael Rojas

La diplomacia presidencial en la Guerra Fría

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

La portada del libro de la académica Soledad Loaeza.
La portada del libro de la académica Soledad Loaeza.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Ahora que la política exterior no se formula con precisión y es ejercida por varios actores —el presidente, la cancillería, la coalición gobernante, sus legisladores—, vale la pena revisitar la diplomacia mexicana de la Guerra Fría. Qué mejor guía que el libro A la sombra de la superpotencia (2022) de Soledad Loaeza, Profesora Emérita de El Colegio de México.

Resultado de una prolongada y exhaustiva investigación en archivos de Estados Unidos y México, ésta es una radiografía del complejo mundo del diseño y la ejecución de la política exterior mexicana entre 1940 y 1958, es decir, durante los sexenios de Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines.

El libro se detiene en la alianza con Washington, impulsada por Ávila Camacho durante la Segunda Guerra, y en el activo papel de México y su canciller Ezequiel Padilla en el alineamiento con la política hemisférica de Estados Unidos, puesta en escena en las Conferencias de Chapultepec y San Francisco de 1945

La ruta que sigue es la exploración de tres dimensiones interconectadas pero relativamente independientes: el vínculo bilateral entre Estados Unidos y México, la puesta en práctica de la política exterior mexicana y la consolidación del régimen postrevolucionario. Tres dimensiones que no se presentan rígidamente determinadas por la primera, aunque sí eventualmente condicionadas.

La historiadora define el periodo como “transformación sin titubeos del país”: 40 reformas constitucionales y 18 decisiones ejecutivas, entre otras cosas, excluyeron a los militares de las elecciones, subordinaron los sindicatos al PRI, cohesionaron el partido hegemónico y conjuraron la reelección.

Protagonistas de esta historia son los tres presidentes mexicanos, pero también sus homólogos estadounidenses, Franklin D. Roosevelt, Harry S. Truman y Dwight D. Eisenhower, los cancilleres mexicanos (Ezequiel Padilla, Jaime Torres Bodet, Manuel Tello, Luis Padilla Nervo) y los embajadores de Washington en México: George S. Messersmith, Walter C. Thurston, Francis White.

Según Loaeza, el trato personal de esos embajadores con los presidentes de México era un mecanismo de mediación y reelaboración de las instrucciones trazadas por los secretarios de Estado (George Marshall, Dean Acheson, John Foster Dulles) o algún subsecretario protagónico como Spruille Braden, quien después de una breve y tormentosa embajada en Buenos Aires, se ocupó de los asuntos americanos en el arranque de la Guerra Fría

Según Loaeza, el trato personal de esos embajadores con los presidentes de México era un mecanismo de mediación y reelaboración de las instrucciones trazadas por los secretarios de Estado (George Marshall, Dean Acheson, John Foster Dulles) o algún subsecretario protagónico como Spruille Braden, quien después de una breve y tormentosa embajada en Buenos Aires, se ocupó de los asuntos americanos en el arranque de la Guerra Fría.

El libro se detiene en la alianza con Washington, impulsada por Ávila Camacho durante la Segunda Guerra, y en el activo papel de México y su canciller Ezequiel Padilla en el alineamiento con la política hemisférica de Estados Unidos, puesta en escena en las Conferencias de Chapultepec y San Francisco de 1945. Antes de renunciar al cargo, para optar por la candidatura presidencial, Padilla llegó a proponer una reformulación de la Doctrina Estrada, con la mira puesta en la Argentina peronista.

Su sucesor Castillo Nájera adoptó la línea opuesta y afirmó que Argentina no representaba amenaza alguna para el hemisferio. El gesto le valió reprimendas del Departamento de Estado al embajador mexicano Espinosa de los Monteros y al propio Ávila Camacho. Más complicada que aquella sucesión en la postguerra sería la siguiente, en 1952, cuando a la entronización del anticomunismo se sumó el intento de reelección de Alemán y las candidaturas opositoras de Henríquez Guzmán, González Luna y Lombardo Toledano.

Al final de su libro, Loaeza vuelve sobre un tema que ha trabajado antes: el impacto en México del golpe de la CIA contra Jacobo Arbenz en Guatemala. Presionado por Eisenhower y el embajador White, Ruiz Cortines desplegó una política ambivalente: se abstuvo en la conferencia anticomunista de Caracas de 1954, reconoció el régimen golpista, concedió asilo a Arbenz y arrestó al arbencista Jaime Rosenberg.

En 1958, cuando Adolfo López Mateos fue electo por más del 90% de votos, frente a la solitaria candidatura panista de Luis H. Álvarez, se confirmó que aquella diplomacia de equilibrios y contrapesos favorecía el sistema de partido hegemónico y presidencialismo fuerte.