Errante Monterroso

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas&nbsp;<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Rafael Rojas *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Se cumplen cien años del nacimiento del escritor Augusto Monterroso, maestro de la narración latinoamericana. Por efectos de la popularidad fácil o las genuinas preferencias lectoras, a Monterroso se le asocia automáticamente con el cuento corto o la microficción. Lo cierto es que también destacó en el relato largo, la novela y la memoria, como se lee en clásicos como La oveja negra, Lo demás es silencio y Los buscadores de oro.

A Monterroso se le conoce como escritor guatemalteco, sin embargo nació en Honduras, de padre guatemalteco y madre hondureña. Como él mismo diría, quien nace en algún país de la región al norte de Panamá y al sur de México, que se independizó con la idea de formar una confederación, difícilmente se siente otra cosa que centroamericano.

Como Luis Cardoza y Aragón y lo mejor de la intelectualidad guatemalteca, Monterroso se opuso a la dictadura de Jorge Ubico y debió exiliarse en México desde los años 40. Luego, en los 50, respaldó la Revolución de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz y fue nombrado cónsul de Guatemala en La Paz, Bolivia, país que vivía su propia Revolución, la de Víctor Paz Estenssoro y el MNR. El golpe de Estado de Carlos Castillo Armas y la CIA lo obligó a un nuevo y definitivo exilio, primero en Chile y luego en México.

Cuando en 1959 aparece en la editorial Era su primer volumen de cuentos, irónicamente titulado Obras completas, que incluye el archiconocido relato “El dinosaurio”, Monterroso había vivido en Honduras, Guatemala, Bolivia, Chile y México. Como tantos otros intelectuales latinoamericanos, exiliados en México, era un ciudadano de la gran ciudad letrada errante, que dio lugar al boom de la nueva narrativa regional.

A partir de los 60, aquel Monterroso juvenil y peregrino sería sucedido por el viajero avispado que recorre grandes capitales europeas. Su narrativa breve se acomoda entonces a la cadencia y el tono de la fábula, como se plasmará de manera ejemplar en La oveja negra. En aquel Esopo latinoamericano, Carlos Fuentes encontró ecos de Jonathan Swift, Mark Twain, Lewis Carroll y Jorge Luis Borges.

El bestiario de Monterroso fue inclinándose a la entomología en los años posteriores, como se lee en Movimiento perpetuo. Pero el escritor no asociaba su fascinación por las moscas, los abejorros, las pulgas y los insectos con Kafka o con Nabokov sino con la gran tradición de literatura teológica norteamericana del siglo XIX, personificada en Melville o Poe.

Monterroso insistió siempre en definirse, indistintamente, como centroamericano, mexicano o latinoamericano. Sin embargo, nunca dejó de atender el llamado de la patria chica, Guatemala, donde vivió su adolescencia y su juventud y donde alcanzó la madurez en la política y en la literatura. Por fortuna, a partir de 1993, pudo volver varias veces a su país, donde fue editado y reconocido como miembro de la Academia de la Lengua, Premio Nacional de Literatura y Doctor Honoris Causa de la Universidad de San Carlos.

Temas: