Fisuras del integracionismo

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Rafael Rojas*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Cierta matriz de opinión, amplificada por algunas hegemonías mediáticas en América Latina y el Caribe, atribuyen la vocación y la voluntad de integrar toda la región a las izquierdas. Sin embargo, las experiencias de integración en la primera década del siglo XXI, que lograron la creación de foros como Unasur, la Alianza del Pacífico o la Celac, muestran que aquellas concertaciones fueron posibles por acuerdos alcanzados entre gobiernos de izquierda, centro y derecha.

El desplazamiento mayoritario de los gobiernos latinoamericanos hacia la izquierda, en el arranque de la tercera década del siglo XXI, no necesariamente implica una aceleración de los procesos de integración. Acaba de verificarse en la disputa entre varios gobiernos, ideológicamente aliados, como el mexicano, el argentino, el chileno y el electo de Lula da Silva en Brasil, en torno a la elección del presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la suspensión de la cumbre de la Alianza del Pacífico en la Ciudad de México.

Como bien dijera el presidente chileno Gabriel Boric, la Alianza del Pacífico es uno de los foros de mayor potencial de crecimiento en el nuevo regionalismo latinoamericano. China y el Sudeste asiático conforman la región que, económicamente, crece a mayor ritmo a nivel global. Sus relaciones con África y América Latina se están relanzando paralelamente, en una articulación transversal desde el sur global que acapara los pronósticos más prometedores del mercado mundial en las próximas décadas.

La Alianza del Pacífico posee, además, una gran capacidad de vertebración hemisférica, desde Canadá hasta Chile, que aprovecha una tendencia al libre comercio interoceánico, que se refuerza desde fines del siglo pasado. La suspensión de la cumbre en México, bajo el argumento de que el presidente peruano Pedro Castillo no podía asistir, por no recibir el permiso del congreso de su país, desaprovechó una buena oportunidad para relanzar ese foro desde la región de América del Norte.

El Presidente Andrés Manuel López Obrador hizo una solicitud pública de buenos oficios a su homólogo chileno, Gabriel Boric, para que intentara facilitar la realización de la cumbre en Lima a principios de diciembre. Las tensiones entre Castillo y el congreso peruano siguen escalando y, aunque no se ve fácil, tampoco sería imposible una reunión del foro antes de que culmine el año, en la que México traspase a Perú la presidencia pro tempore del organismo.

La forma en que el gobierno mexicano, más protagónicamente la presidencia que la cancillería, ha conducido este pequeño desencuentro, desde un inicio dejó ver algunas tensiones entre regionalismo e integración. La idea de invitar al presidente Alberto Fernández y a Lula da Silva, en los mismos días de la cumbre, sugirió un intento de superponer el integracionismo más completo y simbólico de la Celac, al regionalismo eminentemente pragmático de la plataforma del Pacífico.

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