Lula y los riesgos del equilibrista

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Rafael Rojas*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Cuando se define a un político como estadista se parte de la premisa de que está a salvo de la confusión, tan frecuente en la izquierda latinoamericana, entre Estado, gobierno y partido. No sólo en la izquierda, como ilustran Nicolás Maduro y Daniel Ortega, también en la derecha se produce esa confusión y los ejemplos de Donald Trump y Jair Bolsonaro son más que elocuentes.

Al regresar a la presidencia, una de las prioridades de Luiz Inácio Lula da Silva ha sido reencauzar la diplomacia dentro de la política exterior del Estado brasileño. En sus primeros cien días, Lula ha restablecido directrices de una estrategia global que no comenzó, estrictamente, con su primer gobierno a inicios del siglo XXI sino con los de Fernando Henrique Cardoso en los 90 e, incluso, durante el régimen de la transición en los 80.

De hecho, la búsqueda de un equilibrio de poderes a nivel mundial es un viejo principio del Estado brasileño, probablemente, desde la experiencia imperial del siglo XIX. En aquella centuria ya era perceptible una vocación geopolítica, muy atenta a la crisis del dominio español en América y a la creciente hegemonía atlántica de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos.

En pocas semanas, Lula reintegró a Brasil a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), envió a su canciller Mauro Vieira a la Cumbre Iberoamericana de Santo Domingo, viajó a Washington, donde, en reunión con Joe Biden, reiteró la apuesta interamericana de su gobierno, nombró a la expresidenta Dilma Rousseff al frente del banco de los BRICS y voló a Pekín, donde junto a Xi Jinping renovó el cada vez más central nexo económico de Suramérica con China y su compromiso con la colaboración Sur-Sur, con la transición energética y con la contención del deterioro ambiental.

En este rescate de su política exterior, Lula ha intentado afinar aún más su posicionamiento frente la invasión rusa de Ucrania. Y al hacerlo, ha dado pie a incoherencias y equívocos. Durante la campaña presidencial, Lula cuestionó la invasión para marcar distancia con la política pro-rusa de Bolsonaro. Pero ya en la presidencia ha ido moviéndose a una equidistancia comprensible, pero retóricamente errática.

En marzo, dialogó virtualmente con el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, al que propuso un plan de paz y el cese simultáneo de hostilidades. En la última votación en la ONU, Brasil se posicionó a favor de la integridad territorial de Ucrania, pero, poco después, sostuvo que rechazaba el envío de armas al gobierno de Zelenski y que desaprobaba el involucramiento de Estados Unidos y la Unión Europea en el conflicto.

Luego de su viaje a China y a los Emiratos Árabes, Lula ha escorado su posición, afirmando que la guerra fue ocasionada por los dos países, lo cual es difícil de sostener históricamente. Su énfasis es, ahora, la crítica a Occidente, que genera la también equivocada acusación, desde Washington y Kiev, de que Brasil apoya a Rusia.

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