Pareciera que el debate público en México se dirime entre formas antagónicas de llamar al antiguo régimen. Muchos partidarios del actual Gobierno piensan que lo que ha llegado a su fin es el periodo neoliberal y que la transición fue un mito. No pocos de sus opositores escriben entre comillas la palabra neoliberalismo y aseguran que la transición está en riesgo.
Como sucede en toda polarización anclada en disparidades sociales, cada bando tiene razón. En México, como en casi todos los países latinoamericanos, se produjo un giro en la política económica a fines del siglo XX que favoreció la privatización de sectores estratégicos y contrajo el gasto público. El neoliberalismo mexicano ha sido una tendencia innegable, potenciada por la integración comercial a América del Norte.
En el número 50 de la revista Configuraciones, órgano de la Fundación Carlos Pereyra y el Instituto de Estudios para la Transición Democrática, su director, Rolando Cordera, documenta el saldo del neoliberalismo en México. A diferencia de China y Estados Unidos, y al igual que en Brasil, en los últimos treinta años el PIB ha experimentado un crecimiento mínimo. En la década de los 80, el PIB per cápita reportó números decrecientes y entre 1990 y 2018 no pasó de 1.87%
Pero la marca del neoliberalismo en la economía mexicana se constata en el daño al sector público. Entre 1983 y 2015, el volumen del PIB generado por la apertura comercial dio un salto de poco más del 50% a más del 70%. Sin embargo, en esas mismas décadas, la formación bruta de capital fijo, en el sector privado, ascendió a más de 15% y ha mantenido su nivel, mientras que en el sector público se desplomó, primero en los 90, luego entre 2011 y el 2013, y hoy sigue muy por debajo del 5%.
Los datos ofrecidos por Cordera serían más que suficientes para sostener que el neoliberalismo no produjo crecimiento ni igualdad en México. Pero como argumentan, en ese mismo número de Configuraciones, José Woldenberg, Carlos Flores Vargas, Ciro Murayama, Marta Lamas y Jacqueline Peschard, entre otros, lo único que sucedió en México en los últimos treinta años no fue el neoliberalismo.
El cambio político ha sido tal que sólo puede llamarse transición democrática. En pocas décadas se pasó de un régimen de partido hegemónico y presidencia ilimitada a un sistema sumamente plural y competido. Entre 1997 y 2015 ningún partido controló más del 50% de la Cámara de Diputados. De 1988 a 2018 se registraron 15 partidos políticos nuevos, se produjeron tres alternancias en el poder presidencial y más de 60 en las gubernaturas estatales.
La transición no merecería ese nombre si el cambio no hubiese involucrado también a la sociedad civil. Se calcula que hoy en México existen más de 42 mil organizaciones no gubernamentales, comprometidas con la lucha contra el deterioro ecológico, la violación de derechos humanos, la violencia doméstica, los feminicidios, la corrupción y la falta de transparencia.