Partidismo y diplomacia electoral

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Rafael Rojas*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Existe una extraña relación proporcional entre las diferencias internas de las izquierdas gobernantes en América Latina y el Caribe y el discurso unificador y bloquista de esas izquierdas en sus respectivas cancillerías. Buena prueba de esto último fue la pasada reunión del Grupo de Puebla, en México, donde hubo un afectado énfasis en “la unidad”.

Allí estuvieron exmandatarios que no aspiran a la reelección como José Luis Rodríguez Zapatero, Ernesto Samper y Rafael Correa y expresidentes que, después de gobernar tres periodos completos, en su país, buscan un cuarto, como Evo Morales. También estuvieron altos funcionarios como la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, y el canciller cubano, Bruno Rodríguez, que representan gobiernos no democráticos.

Originalmente, el Grupo de Puebla fue fundado por líderes de las izquierdas democráticas de Chile, México, Colombia, Argentina, Uruguay y Brasil, que tomaban distancia de la línea bolivariana. La mecánica asociación que se hace entre el Grupo de Puebla y el Foro de Sao Paulo o la igualmente mecánica identificación de esa plataforma con una respuesta al Grupo de Lima, pueden descartarse consultando sus documentos originales y sus posiciones geopolíticas.

El Grupo de Puebla, por ejemplo, no respaldó la invasión rusa de Ucrania y ha cuestionado la represión en Nicaragua. Algunos de los partidos y gobiernos que lo integran, como el Frente Amplio uruguayo y José Mujica, Lula da Silva, Dilma Rousseff y el PT, el presidente argentino Alberto Fernández o el mexicano López Obrador, han sostenido buenas relaciones con Estados Unidos y respetan la normatividad democrática de sus países.

Sin embargo, ese flanco de exmandatarios, gobernantes y líderes partidistas, de identidad democrática, utiliza el foro del Grupo de Puebla para atraer y normalizar la presencia, en el mismo, de gobiernos como el venezolano y el cubano, que no comparten las mismas premisas constitucionales ni geopolíticas. ¿A qué se debe esta diplomacia desdoblada, retórica, que busca igualar o emparentar a unos gobiernos democráticos con otros que no lo son?

La explicación tiene que ser más compleja que la transferencia de vocación autoritaria a democracias probadas. Por un lado, es evidente que el Grupo de Puebla aprovecha un elemento de consenso regional, como la oposición a las sanciones de Estados Unidos a Venezuela y a Cuba. Por el otro, también es evidente que en las bases partidistas de dichos gobiernos sigue operando una vieja visión idílica de esos regímenes.

En su última reunión, el Grupo de Puebla ha avanzado más en su protección del bloque bolivariano. Y no sólo eso, también ha amplificado su partidismo al suscribir, en la práctica, candidaturas electorales como las de Claudia Sheinbaum en México, Luisa González en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y Sergio Massa en Argentina. Al partidismo diplomático se agrega, ahora, la mercadotecnia electoral.

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