Una Presidenta en México

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Rafael Rojas*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Recordaba hace poco Gabriel Zaid que apenas en 1953 fue reconocido el derecho al sufragio femenino en México y que hasta hace muy poco la clase política del país era abrumadoramente masculina. Setenta años después, llegará a la Presidencia de la República la primera mujer. En ese aspecto, estas elecciones rompen tradiciones que se creían muy arraigadas en el México postrevolucionario, pero en otro no.

Antes que, en México, el voto femenino fue reconocido en Ecuador, Chile, Uruguay, Brasil, Cuba, República Dominicana, Venezuela, Panamá, Guatemala, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Argentina y Bolivia. Muy pocos países de la región, Colombia y Perú, por ejemplo, extendieron el sufragio a las mujeres después de México, ya avanzada la década del 50. Los últimos serían Haití y Honduras en 1957 y Paraguay en 1961.

En algunos países latinoamericanos la presidencia ha estado en manos de mujeres. De 1990 a 1997, gobernó Violeta Barrios de Chamorro en Nicaragua, quien es considerada la primera presidenta electa de la región, aunque antes se reconocen como gobiernos no democráticamente electos los de Isabel Perón en Argentina en los años 70, el breve de Lidia Gueiler en Bolivia entre 1979 y 1980 y el también breve de Ertha Pascal-Trouillot en Haití en 1990.

Hubo otros gobiernos provisionales o de transición en los 90, encabezados por mujeres, como el de la primera ministra haitiana Claudette Werleigh o el de Rosalía Arteaga Serrano en Ecuador. Sería a partir de la primera década del siglo XXI que se consolidaron las elecciones presidenciales de mujeres en la historia de América Latina y el Caribe.

Michelle Bachelet en Chile, Mireya Moscoso en Panamá, Cristina Fernández de Kirchner en Argentina y Laura Chinchilla en Costa Rica ejercieron presidencias constitucionales en el primer decenio de este siglo. Luego, en la segunda década, lo harían Dilma Rousseff en Brasil y, de nuevo, Fernández de Kirchner en Argentina y Bachelet en Chile. En los últimos años han gobernado, de manera interina, Jeanine Áñez en Bolivia y Dina Boluarte en Perú.

Actualmente, la única mujer en funciones presidenciales en América Latina, que llegó al poder por medio de un proceso electoral democrático, es Xiomara Castro en Honduras. Una evidente sub-representación en una zona del mundo que apenas en este siglo comienza a experimentar jefaturas de Estado asumidas por mujeres.

En México, el cambio no es menor, pero se vive junto a otro no necesariamente favorable a la consolidación democrática del país. Me refiero al mayoritismo o acentuada voluntad de mayoría del partido oficial, que por momentos pareciera reflejar el deseo de gobernar sin oposición o con una oposición aplastada, reducida al mínimo.

Si la elección de una mujer descontinúa el machismo político heredado del siglo XX, el mayoritismo restablece una práctica de la hegemonía, endeudada con el sistema de poderes que se sobrepuso a las fracturas de la Revolución Mexicana.

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