El relato del golpe en Bolivia

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Rafael Rojas
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El más reciente intento de golpe de Estado en Bolivia, país que ostenta uno de los récords más nutridos en una región como América Latina y el Caribe, con una historia profusa en diversas modalidades golpistas, en los dos últimos siglos, se ha convertido en una realidad disputada. El presidente Luis Arce y el expresidente Evo Morales, las dos máximas figuras del oficial Movimiento al Socialismo (MAS), narran los hechos del 26 de junio, en La Paz, de manera contradictoria.

Arce sostiene que lo que sucedió fue que un segmento del ejército, encabezado por el general Zúñiga, trató de imponer a su gobierno un cambio de gabinete. Morales, por su parte, dice que lo que ocurrió fue que los militares y el propio presidente estaban de acuerdo en un plan para evitar la reelección del líder histórico del MAS. Como estaban de acuerdo, según Morales, el golpe no fue real, fue un autogolpe, convertido en una farsa para aumentar la popularidad de Arce.

Curiosamente, la versión de Evo coincide con la del propio Zúñiga, quien, antes de ser encarcelado, declaró que sus acciones estaban pactadas con el presidente. La tesis del golpe ficticio de Zúñiga y Morales acabó siendo compartida por otros líderes regionales, como el presidente argentino Javier Milei, que no se sumó a la mayoría de los mandatarios latinoamericanos, que condenó el intento de asonada militar.

La memoria del golpismo latinoamericano está extraordinariamente viva, sobre todo, en las muy diversas izquierdas de la región. Se trata de una memoria que reacciona visceralmente contra cualquier asomo de deposición violenta de un gobierno democráticamente electo, pero que también puede capitalizar el fantasma del golpismo, para deslegitimar oposiciones, como se ha visto en Venezuela y Nicaragua, donde un día sí y otro no, Nicolás Maduro y Daniel Ortega acusan a sus rivales de querer derrocarlos.

Ha sido muy aleccionador, en estos días, ver a Evo Morales enfrentado a quienes, siguiendo los instintos de la izquierda bolivariana, suscriben el relato de un golpe de la derecha, Estados Unidos y los militares con el objetivo de adueñarse del litio en Bolivia. Si algo demuestra esa convergencia es lo saturada de simplificaciones que está la realidad política de América Latina y el Caribe. Son tantas las simplificaciones, que la realidad las desafía con la mera exposición de sus conflictos.

Uno de esos conflictos, el que tiene lugar entre Arce y Morales, revela algo más que una pugna por el poder en el país andino. En buena medida se trata, también, del choque entre una izquierda incapaz de tolerar la alternancia y apegada a la reelección perpetua y los liderazgos imprescindibles y otra más a tono con las dinámicas sucesorias del nuevo progresismo. El conflicto entre esas izquierdas se escenifica en estos días en Bolivia, pero también en Venezuela, donde la tendencia más autoritaria del continente busca remozar la imagen de Maduro, apuntalando su poder omnímodo.