Se ha recordado en estos días que la obra de Pablo González Casanova pasó por diversas fases, en más de setenta años de producción intelectual. Si nos remontamos a sus primeros escritos sobre el obispo de Puebla, Juan de Palafox y Mendoza, el misoneísmo y la modernidad cristiana en el siglo XVIII, la utopía americana de Juan Nepomuceno Adorno y la literatura perseguida por la Inquisición al final del virreinato novohispano, habría un tránsito inicial de la historia de las ideas a la sociología del poder en los 60.
Como señala Andrés Lira, en prólogo a una compilación de aquellos textos en El Colegio de México, bajo el magisterio de Silvio Zavala y José Miranda, la obra histórica juvenil fue invisibilizada por la sociológica de madurez. Sin embargo, las dos tienen más conexiones de las que generalmente se admiten. Temas centrales de aquellos primeros ensayos eran la libertad de expresión y la necesidad de una esfera pública abierta, la imaginación utópica y el derecho de las minorías, que reaparecerían de diversas maneras a partir de La democracia en México (1965).
Otra forma de explorar esa continuidad sería el diálogo entre liberalismo y socialismo que recorre toda la obra de González Casanova, desde sus críticas al misoneísmo antiliberal católico y su interés en las utopías de Adorno
Otra forma de explorar esa continuidad sería el diálogo entre liberalismo y socialismo que recorre toda la obra de González Casanova, desde sus críticas al misoneísmo antiliberal católico y su interés en las utopías de Adorno. Ese diálogo, no tanto con el socialismo como con el marxismo, se intenta en La democracia en México (1965), donde sostenía que en México no había condiciones para una revolución socialista. La ruta reformista, entonces esbozada por González Casanova, se mantenía dentro de los límites de lo que definía como el “liberalismo” constitucional de 1917.
Siguiendo de cerca a su admirado C. Wright Mills, con quien había compartido el interés por la Revolución cubana y el MLN cardenista, desde principios de los 60, González Casanova proponía la síntesis de dos métodos, el “marxista” y el “sociológico”. El propio Wright Mills había hablado del necesario diálogo entre Marx y Weber para superar el determinismo soviético, que González Casanova llega a cuestionar en La democracia en México (1965), a pesar de la, a su juicio, “posible”, conquista paralela del “desarrollo y la democracia” en los guerrilleros de los 60.
El reformismo desarrollista de aquel González Casanova, basado en el diagnóstico del “colonialismo interior” y el “sistema dual”, en México, fue cuestionado por otros intelectuales de la izquierda mexicana y latinoamericana, más instalados en el repertorio neomarxista, como André Gunder Frank, Rodolfo Stavenhagen y su ex compañero en el MLN, Víctor Flores Olea
El reformismo desarrollista de aquel González Casanova, basado en el diagnóstico del “colonialismo interior” y el “sistema dual”, en México, fue cuestionado por otros intelectuales de la izquierda mexicana y latinoamericana, más instalados en el repertorio neomarxista, como André Gunder Frank, Rodolfo Stavenhagen y su ex compañero en el MLN, Víctor Flores Olea. Sin embargo, a pesar de aquellas críticas, en un libro siguiente, Sociología de la explotación (1969), no en Era sino en Siglo XXI, y dedicado a C. Wright Mills y al sacerdote guerrillero colombiano Camilo Torres, González Casanova reiteró las mismas ideas.
La noción de socialismo aparece plenamente en la obra del pensador mexicano en un libro posterior a la breve experiencia del rectorado de la UNAM, entre 1970 y 1972, y los golpes militares en Chile y Argentina, cuando González Casanova inicia una colaboración más sistemática con teóricos dependentistas y socialistas latinoamericanos, refugiados en México, como Theotonio dos Santos y Vania Bambirra. Firmado en La Habana, La nueva metafísica y el socialismo (1982), así como uno anterior, Imperialismo y liberación en América Latina (1978), consuman el tránsito del liberalismo al socialismo en González Casanova.
Aún así, es difícil dilucidar si ese socialismo, que González Casanova defendía en su solidaridad con Cuba y Nicaragua, era un ideal que creía aplicable a México. La solidaridad con países hostilizados desde Washington, en la izquierda mexicana, ha funcionado muchas veces como reafirmación del excepcionalismo de la experiencia histórica del sistema político postrevolucionario y la vecindad con Estados Unidos.