En la primera década del siglo XXI eran constantes las quejas de sectores partidistas latinoamericanos por la injerencia de bloques geopolíticos, como la Alianza Bolivariana, en elecciones nacionales. A Manuel Zelaya o a Cristina Fernández se les reprochó el apoyo de Hugo Chávez y hasta se revelaron algunas transferencias de fondos desde Caracas a favor del kirchnerismo en 2007.
Aquello que entonces escandalizaba tanto, a nivel diplomático, hoy parece de lo más común en la política latinoamericana. No hace mucho el Grupo de Puebla, en un acto proselitista en México, que contó con la presencia de la candidata de Morena, Claudia Sheinbaum, respaldó tres candidaturas electorales en América Latina: la de Luisa González en Ecuador, la de Sergio Massa en Argentina y la de Evo Morales en Bolivia.
Ese activismo internacional, que trastoca en la práctica el tan invocado principio de autodeterminación de los pueblos y no injerencia en asuntos internos de otros países, no es, únicamente, un fenómeno atribuible a las izquierdas. Hace unos días, Donald Trump, que busca un regreso a la Casa Blanca por el Partido Republicano, llenó de elogios, una vez más, a Andrés Manuel López Obrador y dijo que se llevaría muy bien con su “sucesor o sucesora”.
Un grupo de expresidentes y personalidades iberoamericanas, entre los que se encuentran el español Mariano Rajoy, los mexicanos Felipe Calderón y Vicente Fox, los colombianos Andrés Pastrana e Iván Duque, el chileno Sebastián Piñera, el ecuatoriano Jorge Quiroga y el escritor Mario Vargas Llosa, ha dado su respaldo a Javier Milei en las próximas elecciones argentinas.
Recuérdese: Javier Miley, que propuso cerrar el Banco Central, dolarizar la economía, acabar con los subsidios estatales y no pocos ministerios del país; que ha llamado al papa Francisco “representante del maligno en la Tierra”; que favorece la portación de armas y la venta de órganos; que minimiza la cifra de desaparecidos en la última dictadura militar y llama a “desmitificar” la transición democrática.
Un poco antes, otro grupo de expresidentes y políticos iberoamericanos, entre los que se encontraban el español José Luis Rodríguez Zapatero, la chilena Michelle Bachelet, el dominicano Leonel Fernández, el guatemalteco Vinicio Cerezo y el costarricense José María Figueres, dio a conocer un desplegado en que llamaban “a poner freno a las posturas antidemocráticas” de Javier Milei.
Hubo resonancias transnacionales en las contiendas que ganaron Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia y Lula da Silva en Brasil. Pero ninguna alcanzó los altos decibeles latinoamericanos de ésta en Argentina. Año con año parece crecer el desbordamiento internacional de las polaridades domésticas en América Latina. Aunque esos posicionamientos relativicen el principio de no injerencia, difícilmente la diplomacia latinoamericana abandonará su retórica soberanista.