Venezuela y el choque oculto de las izquierdas

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Rafael Rojas*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

A cuatro días de las elecciones en Venezuela, las tendencias políticas y geopolíticas de la región adquieren una clarificación momentánea, que puede desvanecerse muy rápido, de acuerdo con uno u otro desenlace.

En estos días queda claro que los nuevos progresismos de la izquierda democrática (Lula, Petro y Boric) desean y exigen que las elecciones se celebren de acuerdo con normas equitativas internacionales y que se respeten los resultados.

Frente a esos posicionamientos, en diversos grados, se colocan los gobiernos más autoritarios del bloque bolivariano y los del Grupo de Puebla, con México a la cabeza. Los bolivarianos (Cuba y Nicaragua fundamentalmente) buscan abiertamente la reelección de Nicolás Maduro. No reconocen la legitimidad de la oposición venezolana, encabezada por Edmundo González y María Corina Machado, como no reconocen la legitimidad de sus propias oposiciones.

Los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador en México y Luis Arce en Bolivia tendrían posiciones distintas a las del nuevo progresismo y distintas entre sí. AMLO y la 4T no han sido aliados de Maduro, como Evo y Arce, y han facilitado el diálogo entre el gobierno madurista y la oposición democrática. Pero AMLO, como hemos señalado varias veces en éste y otros espacios, no ha querido acompañar a Lula, Petro y Boric en la demanda de elecciones limpias en Venezuela.

¿Por qué? Se dirá que por respeto a la no intervención, principio que no ha contado en la política de México hacia Perú o Ecuador, ni en las muy frecuentes querellas verbales del Presidente mexicano con varios líderes latinoamericanos. La razón de fondo podría ser que un gobierno que apuesta centralmente a su integración con Estados Unidos encuentra compensación simbólica en el buen trato con regímenes autoritarios de la región como los de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Parte de esa compensación es una diplomacia que oculta el disenso.

A estas divergencias regionales dentro de la izquierda habría que agregar, desde luego, la propia diferenciación dentro de las derechas, cuya mejor ilustración tal vez se encuentre en los muy distintos lenguajes diplomáticos de Luis Lacalle Pou en Uruguay y Javier Milei en Argentina. En buena medida, Maduro ha preferido a Milei como enemigo público para no tener que hacerse cargo de las críticas de presidentes de izquierda como Lula, Boric o Petro.

No sólo en los gobiernos bolivarianos, también en las bases de todas las izquierdas gobernantes hay corrientes partidarias de la reelección de Maduro. Relativizan, esas izquierdas, el hecho de que Maduro gobierna Venezuela desde 2013, cuando murió Hugo Chávez, quien lo nombró sucesor oficial. Y relativizan que, de reelegirse por segunda vez, gobernará hasta 2031, bajo un régimen que, de acuerdo a sus leyes, le permite la perpetuación en el poder. En esas izquierdas suelen pasar más los rejuegos geopolíticos que el respeto a la democracia constitucional.

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Carlos Urdiales