Brasil, México y la visita de Lula

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

El Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva
El Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da SilvaFoto: Reuters
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En el siglo XIX, México fue una república federal, salvo en los breves imperios de Iturbide y Maximiliano y los once años de la república centralista entre 1836 y 1847. Brasil, por su parte, fue imperio hereditario y esclavista entre 1822 y 1889.

A pesar de esas distintas formas de gobierno, la aproximación mutua fue evidente desde los años del gobierno de Guadalupe Victoria y el reinado de Don Pedro I. Desde entonces, algunos republicanos mexicanos como Lucas Alamán, José María Tornel y Juan de Dios Cañedo, así como los liberales brasileros Joao Batista de Queirós y Duarte da Ponte Ribeiro intentaron acercar los dos grandes países.

El historiador Guillermo Palacios contó que las rupturas entre liberales y conservadores en México, durante la Guerra de Tres Años y el imperio de Maximiliano de Habsburgo, afianzaron el interés en una relación prioritaria con el imperio de Don Pedro II, que era visto por el conservadurismo mexicano como posible aliado contra la expansión de Estados Unidos.

Tras el fusilamiento de Maximiliano y la restauración de la república en 1867, encabezada por Benito Juárez, se reprodujo la divergencia de formas de gobierno, pero de un modo más profundo. Las relaciones cayeron a un bajo nivel consular y así se mantuvieron hasta la última década del siglo XIX, después de consumada la transición republicana y abolicionista en Brasil, cuando el gobierno de Porfirio Díaz recibió al Ministro Plenipotenciario Julio de Mello Alvim.

Otra divergencia política que, sin embargo, propició espacios de diálogo bilateral, fue la que se produjo entre la llamada República Vieja, los últimos años del Porfiriato y los primeros de la Revolución Mexicana. Lo mismo en los días de la Conferencia de Río de Janeiro, que encabezaron Río Branco y Nabuco en 1906, que en los del posicionamiento del Grupo ABC contra el incidente de Tampico y la ocupación estadounidense de Veracruz, la confluencia sería notable.

Sin embargo, como anotaría Alfonso Reyes en sus informes a Genaro Estrada, el cambio de régimen de la Revolución brasileña de 1930 y el varguismo abrió zonas de tensión, que se intensificarían con el ascenso fascista en Suramérica, que coincidió con el ejemplar posicionamiento del México cardenista a favor de la Segunda República española.

Después de esos desencuentros con el primer varguismo, que el propio Reyes matizaría en las entradas de su Diario dedicadas a la muerte de Vargas, la otra encrucijada de distanciamiento entre los dos países vendría con la dictadura militar que siguió al golpe de Estado contra Joao Goulart en 1964. Fue entonces que México reafirmó su condición de país refugio, ya probada con el asilo a la familia de Luis Carlos Prestes y Olga Benario, convirtiéndose en residencia de algunos de los más brillantes intelectuales de la Guerra Fría latinoamericana como Theotonio Dos Santos, Vania Bambirra y Ruy Mauro Marini.

Con las transiciones a la democracia de fines del siglo XX, acompañadas de un generalizado desplazamiento a las políticas económicas neoliberales, se inició un largo periodo de convergencia institucional que ya dura más de tres décadas. Esta vez, sin embargo, los países experimentarían distintas maneras de insertarse en el mundo y distintos repertorios ideológicos.

En lo que va de siglo XXI, Brasil ha tenido cinco gobiernos de izquierda. México sólo uno y va para el segundo. Brasil se ha consolidado como líder del Sur global, mientras México acelera su integración a América del Norte. La visita del presidente Lula a México, en medio del traspaso del gobierno de AMLO al de Claudia Sheinbaum, señala el momento propicio para un relanzamiento del nexo bilateral.

Si los dos mayores países latinoamericanos se lo proponen, podría producirse una poderosa reconexión. Las diferentes estrategias globales de ambas naciones, más que como contradictorias, deberían asumirse como complementarias.