Otros BRICS, mismo orden mundial

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

BRICS en Johannesburgo, Sudáfrica
BRICS en Johannesburgo, Sudáfrica Foto: Especial

Tras la pasada cumbre de los BRICS en Johannesburgo, Sudáfrica, volvieron a circular las expectativas de un cambio en el orden mundial. Se trata de expectativas que, en sus flancos más vehementes, no ocultan una visión nostálgica de los tiempos en que, bajo el esquema bipolar de la Guerra Fría, proyectos como la Tricontinental o el Movimiento de los No Alineados desafiaron a las grandes potencias del capitalismo occidental.

Hoy, en un mundo multipolar, con varias potencias y regiones disputando la hegemonía planetaria, un proyecto como los BRICS no hace más que afianzar la estructura internacional posterior a la Guerra Fría. Los cinco miembros originales de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) son economías capitalistas y potencias emergentes, con poblaciones por encima de los 60 millones de habitantes y territorios medianos o inmensos.

Los seis nuevos miembros que ahora se incorporan a los BRICS (Arabia Saudita, Irán, Etiopía, Emiratos Árabes, Egipto y Argentina) ya no poseen aquellas características comunes del proyecto originario. Algunos son países pequeños, con menos de 10 millones de habitantes, y otros son naciones latinoamericanas, como Argentina, donde no se dan todas las condiciones de una economía emergente.

El país latinoamericano que, después de Brasil, mejor corresponde a los elementos distintivos de los BRICS sería México, pero, como ha reiterado el presidente Andrés Manuel López Obrador, en estos días, su apuesta económica y geopolítica está en la integración a la zona de América del Norte y el cuidado de la buena relación con Estados Unidos y Canadá. El gobierno argentino de Alberto Fernández, en cambio, ha accedido a incorporarse a los BRICS por su intensa relación fronteriza con Brasil y por su creciente conexión económica con China.

Son los chinos, sin duda, quienes poseen mayor peso en los nuevos BRICS. Las más recientes incorporaciones, sobre todo, en África y el Medio Oriente, describen muy bien el mapa de los intereses chinos en el mundo. Otros países latinoamericanos, con una interdependencia cada vez mayor con China, como Uruguay, Chile o Costa Rica, no se suman al bloque ampliado. La razón está en el perfil diplomático de sus gobiernos, pero también en una mayor autonomía frente a Brasil.

Tampoco los gobiernos bolivarianos parecen contar demasiado en los nuevos BRICS, más allá de la presencia más bien simbólica del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, en Johannesburgo. Cuba tiene más habitantes que los Emiratos Árabes, pero un PIB cuatro o cinco veces menor. La relación con China, para Cuba, Venezuela o Nicaragua, es menos sustancial que el vínculo cercano con Rusia, cuyo eje no son las ventajas comerciales y financieras mutuas sino la tensión con Estados Unidos.

Se hace difícil encontrar en estos BRICS ampliados una posibilidad de cambio del sistema internacional. La hegemonía de China en el foro apunta, más bien, al desarrollo de dinámicas propias de ese sistema como el libre comercio, la autonomía de las instituciones financieras y la expansión de las inversiones directas de capital y créditos chinos en las economías de Asia, África y América Latina.

Ese desplazamiento del llamado Sur Global al radio de acción del poder económico chino es característico del nuevo orden mundial desde hace años. La incorporación de regímenes no democráticos a la alianza también reafirma una tendencia, ya manifestada en el presente escenario mundial, al ascenso de muy diversos autoritarismos y el deterioro de la democracia.

El nuevo Sur Global que conforman los BRICS está muy lejos de ser alguna variante de realización de los proyectos altermundistas de hace tres o, incluso, dos décadas. Algunos líderes latinoamericanos intentarán edulcorar esa evidencia, retóricamente, pero en los hechos el juego de poderes planetarios parece continuar su curso hacia un balance multipolar.

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