El pacifismo radical

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

El fuego (1916) de Henri Barbusse, Sin novedad en el frente (1929) de Erich Maria Remarque y Adiós a las armas (1929) de Ernest Hemingway.
El fuego (1916) de Henri Barbusse, Sin novedad en el frente (1929) de Erich Maria Remarque y Adiós a las armas (1929) de Ernest Hemingway. Fotos: Especial

No hace mucho la prensa mundial recordaba los cien años de la Gran Guerra y recapitulaba algunos de los títulos referenciales del pacifismo de aquellos años: El fuego (1916) de Henri Barbusse, Sin novedad en el frente (1929) de Erich Maria Remarque y Adiós a las armas (1929) de Ernest Hemingway. Se concluía, con ese tino brutal de la enseñanza histórica, lo poco que lograron aquellos pacifistas, muy pronto desmentidos por una nueva guerra.

Además de las novelas habría que volver a los ensayos pacifistas de aquellos años y los siguientes: los de George Bernard Shaw y Romain Rolland, León Tolstoi y Stefan Zweig, Anita Augspurg y Fannie Fern Andrews. Pero tal vez habría que ir más allá y localizar y desbrozar el pacifismo radical de pensadores como Sigmund Freud y Albert Einstein, quienes desde muy temprano, en las primeras décadas de la pasada centuria, se convencieron de que era preciso desarrollar normativas de derecho internacional que penalizaran los actos de guerra.

En la correspondencia entre ambos pensadores sobre el tema había una evidente desconfianza frente a las posibilidades de llegar a una contención de la guerra por vías educativas o proselitistas, como habían pensado, desde los siglos anteriores, filósofos como Emmanuel Kant o escritores como Víctor Hugo. Los valores militaristas y belicistas, decían, estaba tan arraigados en la sociedad que se llegaba a una apelación a la guerra como mecanismo contra la guerra misma.

Durante la larga Guerra Fría, los bandos enfrentados promovían la paz y a la vez producían o alentaban guerras en diversas partes del mundo. Muchas guerras civiles en Asia, África y América Latina terminaron convertidas en plataformas de intervención de las grandes potencias mundiales, como Estados Unidos en Vietnam, durante dos décadas. La guerra de Vietnam, desde el punto de vista de Washington, era una campaña de pacificación de un país dividido por el comunismo.

¿Qué tan distinta es, hoy, la guerra de Putin contra Ucrania? ¿O la que enfrenta ahora mismo a Israel con Hamás? La equivalencia moral de las guerras, anotada por William James, se actualiza en nuestros días por medio de esos conflictos. Es por ello que algunos críticos de la escalada bélica en el Medio Oriente, como Sami Naïr, llaman a tomar una distancia paralela de los actos terroristas de Hamás como de la hostilidad antipalestina de Benjamin Netanyahu y el extremismo de derecha israelí.

Si diplomáticamente se llega a esa posición y si la misma genera consenso dentro de los gobiernos, no habría por qué abusar de analogías ofensivas o de sectarismos ideológicos en medio de un conflicto que provoca tantas muertes en los dos o más bandos enfrentados. Las fricciones que generan algunas cancillerías latinoamericanas, en las últimas semanas, son ilustrativas de ese equívoco por el cual una diplomacia, supuestamente pacifista, acaba abandonando la equivalencia moral de la guerra.

En América Latina hay gobiernos como el cubano, el venezolano y el nicaragüense, para los que el agresor es siempre Israel y las muertes que lamentar sólo son las de Gaza. Pero hay también líderes y cancillerías que, a la vez que condenan el terrorismo de Hamás y el militarismo de Israel, incurren en expresiones ofensivas o en rejuegos geopolíticos, fundamentalmente, para diferenciarse de Estados Unidos, que desdibujan y parcializan sus posiciones.

Ni el sectarismo de unos, ni el zigzagueo de otros constituyen formas del pacifismo radical, que legó aquella célebre tradición del siglo XX. Más bien, lo que estarían haciendo esos gobiernos es aprovechar un conflicto letal en el Medio Oriente para ejercer presión sobre Washington, con quien sostienen distintos diferendos o demandas. Si, como algunos de esos gobiernos proclaman, América Latina es una zona de paz, entonces la actitud que mejor se le ajusta es la exigencia del fin de hostilidades de todos los involucrados.

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