Le gustaba imaginarse como un Lenin de derecha que concebiría una revolución conservadora en Estados Unidos. Pero Stephen Bannon probablemente sea más recordado por la estafa de miles de estadounidenses con el proyecto “We Build the Wall” que por sus arengas racistas y xenófobas en Breitbart News o por su intento de armar una Internacional de Ultraderecha con Jair Bolsonaro, Matteo Salvini y Santiago Abascal.
Con sus citas de Edmund Burke y Julius Evola, Bannon daba la impresión de tener aspiraciones intelectuales. Sus diferencias con Donald Trump, narradas por Michael Wolff en Fuego y furia (2018), provenían del rechazo a la frivolidad con que el presidente y sus hijos manejaban asuntos de Estado. En su libro La mente reaccionaria (2019), Corey Robin también incurre en esa falsa imagen de Bannon como doctrinario que despreciaba la superficialidad de Trump.
Pero Corey Robin atina al retratar el vacío ideológico que Trump está imponiendo en el Partido Republicano. El proyecto conservador en Estados Unidos se está convirtiendo en un “programa sobre nada”, que gira exclusivamente en torno a las monomanías del presidente. Y Bannon tiene gran responsabilidad en esa trivialización del conservadurismo.
A final, el filósofo resultó ser no muy diferente al magnate. Como asegura el documentado reportaje en el New York Times, de Zolan Kannon-Youngs, Eric Lipton, Stephanie Saul y Scott Shane, el ex asesor actuó como vulgar estafador. Con sus socios Brian Kolfage, Timothy Shea y Andrew Badolato, Bannon creó toda una campaña publicitaria, con gorras, playeras y bebidas energizantes, para vender la idea del muro a las bases trumpistas.
Una de las mercancías que vendían estos operadores comerciales era el refresco Winning Energy, envasado en latas con un retrato de Trump, disfrazado como un superhéroe tipo Capitán América, con un águila imperial posada en el hombro. El anuncio de la bebida incluye una leyenda que dice: “doce onzas de lágrimas liberales”.
Bannon y su equipo se dedicaron a comercializar la idea del muro en la frontera con México como símbolo perfecto del racismo y la xenofobia. Mientras el presidente decía una y otra vez que México y los mexicanos pagarían por el muro, como si se tratara de una obra faraónica construida por esclavos, Bannon hacía una colecta. Lo que no imaginaría ninguno de los donantes es que la mayor parte de los 23 millones recaudados sería invertida en gastos privados del operador y su grupo.
Del muro de Bannon sólo se construyeron 8 kilómetros. La estafa comenzó a operar desde un principio y todos aquellos ciudadanos de Texas, Nuevo México y Arizona, que invirtieron sus ahorros en ese monumento al racismo, fueron esquilmados por una banda de especuladores reaccionarios. La ironía es esa: el pequeño tramo que se construyó del muro no fue, como prometió Trump, sufragado por mexicanos sino por partidarios del cierre de fronteras y la legislación nativista.