La vieja plaga de los linchamientos

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Manifestantes antirracistas en Londres, el pasado miércoles.
Manifestantes antirracistas en Londres, el pasado miércoles.Foto: AP
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Una de las dinámicas más atroces de la justicia por propia mano es la que actúa de manera colectiva en forma de linchamiento. La crisis de los sistemas de seguridad y del Estado de derecho a nivel global, en cualquier lugar del mundo, por desarrollado que parezca, ha hecho de esas prácticas violentas un hábito del siglo XXI.

La vuelta de los linchamientos está relacionada con una poderosa rearticulación del racismo, el machismo, la xenofobia y otras formas de discriminación, que se ven amplificadas por unas redes sociales siempre ávidas de señalar un extraño o un enemigo, que amenaza de la cohesión comunitaria.

La historia de los linchamientos en Estados Unidos, durante el siglo XIX, y en Europa, en la primera mitad del siglo XX, ayuda a comprender el fenómeno. Hace algunos años, la organización Iniciativa para la Justicia Igualitaria realizó un estudio en Alabama, para las últimas décadas del siglo XIX, y logró identificar unos 800 afrodescendientes ejecutados por turbas furiosas, convencidas de que cada una de las víctimas había matado o violado.

En la mayoría de los casos, las acusaciones provenían de rumores de boca en boca dentro de las comunidades blancas. Antes de que la policía pudiese completar sus investigaciones, las turbas, a veces auxiliadas por el Ku Klux Klan, habían torturado o ahorcado al presunto culpable e incendiado su casa o propiedades.

En 1891, en Nueva Orleans, el jefe de la policía David Hennessy, irlandés, murió en una balacera a las afueras de una taberna. Antes de morir, Hennessy llegó a decir que su pleito había sido con un grupo de “dagos”, como despectivamente se llamaba a los inmigrantes italianos que usaban cuchillos. Esa frase bastó para que grupos irlandeses identificasen a 11 italianos, los ejecutaran y colgaran sus cadáveres en las farolas.

Los casos de pogromos y linchamientos de judíos en las primeras décadas del siglo XX, en Europa, durante el ascenso de los fascismos, son abrumadores. Ya durante la Segunda Guerra Mundial, bajo el terror nazi, los pogromos se transformaron en masacres sistemáticas, como la de Iasi, en Rumanía, en 1941, cuando fueron acribillados a balazos 13 000 judíos.

En Europa, Estados Unidos y América Latina la terrible práctica del linchamiento adquiere una peligrosa presencia en nuestros días. Son habituales las noticias de ejecuciones colectivas, basadas en rumores o en sospechas artificialmente agrandadas por las redes sociales. Las fake news, reproducidas por medios irresponsables, hacen una fatal contribución a esos ejercicios de justicia paralela.

El caso más reciente, que acapara buena parte de la atención global, es la explosión de odio promovida por la extrema derecha británica contra mezquitas y barrios musulmanes en Southport, Liverpool, Solihull y otras ciudades de la Gran Bretaña. El detonante fue el asesinato de tres niñas en un club de baile en Southport, que falsamente fue atribuido a un inmigrante musulmán. En realidad, el asesino, Axel Rudakubana, fue un joven afrodescendiente británico, de 17 años, nacido en Cardiff.

Activistas y organizaciones del radicalismo de derecha en Gran Bretaña, como Tommy Robinson, Laurence Fox, William Coleshill, Alternativa Patriótica, Gran Bretaña Primero, Turning Point y Unity News Network, todos inscritos en la órbita de seguidores de Donald Trump en Estados Unidos y de Nigel Farage en el Reino Unido, estuvieron involucrados en la inculpación mediática de la comunidad islámica por los asesinatos de Southport.

La islamofobia de esas extremas derechas europeas se inscribe en una reactivación global del racismo, que añora el imposible de una comunidad homogénea. No es posible dar marcha atrás a la historia y revertir todo el avance en derechos multiculturales conquistados desde las últimas décadas del siglo XX. A pesar de ello, esas derechas seguirán soñando con una seguridad a base de exclusión.