La debacle priista se acentuó tras al Pacto por México, llevado a cabo bajo una idea audaz y efectivista de culminar la transición democrática y el crecimiento económico con los tres grandes partidos mexicanos de aquel momento PRI, PAN y PRD.
Dicho instrumento fue un lanzamiento tardío hacia el neoliberalismo, que cinco años antes se había comenzado a replantear como sistema económico mundial, tras la gran depresión del 2008. Con el tiempo, el instrumento trajo consigo cierta estabilidad económica, pero un retroceso democrático evidente, México ha pasado de ser considerado un país con una democracia defectuosa a un régimen híbrido con indicadores democráticos decrecientes.
De las reformas económicas, derivaron negociaciones con concesiones legales que empoderaron a las dirigencias partidistas y restringieron la organización social, en términos coloquiales, fue el dulce final que les dio el gobierno peñanietista a los negociadores (de hecho fue la última reforma del paquete), cuyo diseño central era “gobiernos de coalición”, convertido en una especie de semiparlamentarismo muy a la mexicana donde “superdirigencias” acordarían formar gobierno; el modelo falló por un tema de cultura política enraizada, donde los latinoamericanos buscan “la figura fuerte”; hoy las fracciones apoderadas de las dirigencias de los partidos, ejercen el poder bajo estatutos draconianos, que les permiten hacer lo que sea sin competencia interna de por medio. En nuestra actualidad, es prácticamente imposible que una fracción distinta reconvenga a un dirigente, ya que, por diseño institucional, hay muy pocos medios para hacerlo.
Derivado de estos factores, además de mala imagen del PRI y en algunos casos la baja aprobación de gobernadores, no es novedad que el gran ganador del ciclo electoral 2018-2023 sea Morena y sus aliados ya que está fincado en “la figura fuerte”, y del otro lado el gran perdedor haya sido el PRI, que, de 20 gubernaturas donde participó aliado perdió 17 (9 de cada 10 veces que compitió aliado, perdió). Y de las 3 donde ganó el PRI con sus aliados, sólo en Coahuila el gobernador saliente era priista.
En estos años, el electorado ha tenido un apetito anti-PRI, sumado a que en otros casos algunas fracciones priistas han hecho alianzas con el Gobierno federal; ejemplo de ello son los casos de los gobernadores priistas Quirino Ordaz en Sinaloa y Claudia Pavlovich en Sonora, que, estando bien evaluados, tuvieron alternancia y hoy se encuentran en el cuerpo diplomático mexicano.
Los temas de la “figura fuerte” y el diseño institucional han arrastrado una y otra vez a Va por México, que funciona en una lógica parlamentarista; ya que el diseño está elaborado para que existieran 3 partidos fuertes, en el que los grandes se sobrerrepresentan. Lo que no imaginaban los que diseñaron el andamiaje era que, a la vuelta de seis años, existiera un partido grande, y tres medianos. Es decir 4 partidos preponderantes: Morena, Movimiento Ciudadano, PRI y PAN.
Lo anterior ha introducido un efecto muy interesante entre 2021-2023, en aquellos ejecutivos estatales donde el gobierno saliente fue panista, y el candidato fue panista, el PRI se desfondó, en aquellos donde el PRI fue gobierno saliente y el candidato fue priista, el PAN se desfondó; esto ha arrastrado a ambos partidos a la baja. Es decir, el diseño institucional se impone y sobrerrepresenta al partido que lleva al candidato al ejecutivo. En aquellos ejecutivos donde un partido no lleva candidato, se desfonda.
Esto es relevante porque genera un juego de sillas, hoy hay tres polos: Juntos Haremos Historia, Movimiento Ciudadano y Va por México; pero hay 4 partidos disputándose tres candidaturas: Morena, Movimiento Ciudadano, PRI y PAN. Esto quiere decir que el que no ponga candidato se va a subrrepresentar en la votación y por ende podría tener la mitad o menos de las plurinominales que tiene ahora. Esto lo saben los dirigentes, lo tienen bien calculado; por eso han comenzado la guerrita de “quien pone candidato”. El caso de Morena, está resuelto; Movimiento Ciudadano entiende el juego y lo está resolviendo; mientras en el PRI y PAN, conforme vayan avanzando con los métodos, la disputa se va a convertir en un juego estratégico de batalla por “poner candidato”, sabiendo que quien no lo ponga muy probablemente se va a convertir en partido de un dígito, y lo más seguro es que tendrá que re-evaluar seriamente extender sus jugadas para evitar caer al fondo. La pregunta es ¿cuál partido se va a quedar sin silla?