La Junta de Gobierno del Banco de México (Banxico) volvió a subir por tercera vez consecutiva, en un cuarto de punto, la tasa de referencia en su última reunión del 30 de septiembre. Las votaciones de la Junta han estado divididas tres votos a dos, y en esta última reunión fue de cuatro votos contra uno.
Se ha anticipado que la tasa continúe al alza y que para el año entrante esté arriba del 5 por ciento. El principal argumento que esgrimen los subgobernadores y el propio gobernador del Banxico es que la expectativa de inflación ronda el 6 por ciento, el doble de la meta que tiene el banco central para este año que es del 3 por ciento. Al subir las tasas se matiza la escalada en precios.
Es cierto que es mandato del Banxico el control de la inflación y que esto se logra a través de una política monetaria más restrictiva. Pero también es cierto que la economía el año pasado se encogió 8.5 puntos del Producto Interno Bruto (PIB), en gran medida debido a la pandemia, pero también como consecuencia de que no se aplicaron políticas contracíclicas y se permitió que cientos de miles de negocios se fueran a la quiebra y que el desempleo creciera de manera alarmante.
Por otro lado, la suma de la inversión pública y privada, nacional y extranjera, apenas llega a 17 o 18 por ciento del PIB, lo cual es muy por debajo de un 25 por ciento, que es lo que se considera saludable en un país que pretende crecer entre 3 y 5 por ciento anual, según datos de la OCDE.
Subir tasas de interés es un inhibidor de la inversión. Se encarece el precio del dinero y muchos proyectos y planes de negocios se detienen junto con las fuentes de empleo que éstas generan. El potencial de crecimiento de una economía se frena en la medida que las tasas de interés sean altas en términos reales.
También es cierto que, al tener un diferencial de tasas de cinco puntos porcentuales con respecto a Estados Unidos, en donde la Reserva Federal la mantiene en niveles cercanos a cero y aquí andamos cerca del 5 por ciento, provoca una entrada importante de dólares a nuestro país en busca de mejores rendimientos por su dinero.
Gracias a esto último, el tipo de cambio se ha mantenido estable en los últimos meses entre 20 y 21 pesos por dólar. Esto es sano porque también es un controlador de la inflación. Pero hay que decir que la política cambiaria no es una facultad de Banxico, como sí lo es la política monetaria.
En resumen, tener una inflación de 6 por ciento no es grave. Mientras que tener inversión productiva en niveles tan bajos sí lo es. México fue el país con la menor inversión pública de los países de la OCDE con apenas el 1.3 por ciento del PIB en 2019. Todo indica entonces que subir tasas no es la mejor política en este momento para una economía como la mexicana. Hay que pensar en cómo impulsar el crecimiento, no en cómo frenarlo.