Llamó mi atención que, durante las protestas ciudadanas de los últimos días en Cuba, varios medios prefirieron no llamar por su nombre al régimen político cubano: dictadura. Por inverosímil que parezca, todavía hoy, la ilusión de la revolución socialista sirve como pantalla para atropellar las libertades ciudadanas y violar, continuamente, los derechos humanos.
Planteado en términos académicos, el argumento que propone en “Democracias y dictaduras en América Latina” Scott Mainwaring me parece clarificante: “Un régimen político es un conjunto de normas que regulan las formas en que las personas acceden a los puestos de liderazgo superior en el Estado y las prerrogativas y limitaciones que tienen en el proceso de formulación de políticas”. Si tomamos en serio esta definición, la traducimos en preguntas específicas y nos curamos las resacas ideológicas, Cuba es —simple y llanamente— una dictadura.
Mainwaring va más lejos y propone un test mínimo de validación democrática; para ello, propone cuatro preguntas eje: 1. Quién selecciona a los principales funcionarios del gobierno; 2. Qué recursos (votos, poder militar) y procedimientos (esto es, elecciones, herencia, golpe de Estado) utilizan los individuos para acceder a estos cargos; 3. Las limitaciones institucionales y legales que enfrentan los gobernantes para ejercer el poder e implementar políticas (es decir, los derechos de sus ciudadanos o súbditos, los poderes de los tribunales y las legislaturas); y 4. Hasta qué punto la autoridad de los principales líderes puede verse limitada por otros jugadores informales con veto.
De esta forma, la concentración del poder crea las condiciones dictatoriales que desencadenan en violaciones a derechos humanos. Pensemos, por ejemplo, en la detención del rapero Ramón López Díaz, conocido como El Invasor, quien transmitió en vivo su detención el pasado 19 de junio. Mientras los policías golpeaban a su puerta, el cantante les espetó: “No voy a salir de aquí, de aquí hay que sacarme muerto. Abusadores, mi abuelo le entregó la vida a la revolución traidora esta. No sé cuántas mil medallas tiene ahí, y mira cómo se está muriendo y cómo se está cayendo el techo”.
Los policías continuaron golpeando la puerta y, cuando estaban a punto de entrar, El Invasor se dirigió a sus seguidores: “Demuestren que valió la pena esta pinga y sigan afuera protestando todos ustedes. ¿O.K.?, demuestren que valió la pena. Ya vienen a tumbar la puerta, ya saben como… ya vienen a tumbar la puerta”.
Así, el derecho a la protesta, la libertad de expresión, el ejercicio de la participación política se han visto reprimidos y vulnerados desde hace tiempo ya.
No hace falta ser un experto para intuir que los derechos humanos son la frontera moral que defiende a los ciudadanos de los abusos de los gobiernos; por ello pervertir el sentido del lenguaje de los derechos para defender a la dictadura cubana —o a cualquier otro abuso gubernamental— es de una vileza superlativa.