El domingo pasado, el presidente Joe Biden anunció que no buscaría la reelección. Fue, sin duda, una decisión difícil; pero mostró la estatura y el patriotismo del presidente. Biden será recordado como un gigante, como un patriota, como un representante de lo mejor que tiene la sociedad estadounidense. A veces, un paso atrás se transforma en un millar hacia delante. Espero que esta vez, así sea.
De inmediato, Biden propuso a su vicepresidenta —Kamala Harris— para encabezar la boleta por el Partido Demócrata. Bill y Hillary Clinton respaldaron inmediatamente a Harris, junto con otros demócratas. Pero el apoyo más fuerte ha venido de los donantes: Kamala reunió 100 millones de dólares en 24 horas; algo que ningún candidato había podido hacer.
Por otra parte, consiguió también el apoyo de los 1,976 delegados demócratas para que la respalden en la convención de agosto.
Kamala Harris es una extraordinaria abogada que fue la primera fiscal mujer de su estado. Harris aportó a la campaña de Biden la perspectiva de género, la inclusión, la experiencia en temas de seguridad e inteligencia y, sobre todo, solvencia judicial.
Harris es una política liberal, ni woke ni socialista. No se dejen engañar. Respaldó tanto al movimiento Black Lives Matter y como al Me Too, como a cualquiera que sienta respeto por la vida y la dignidad de todas las personas. En cuanto al tema de género, las mujeres apoyan con gusto a Kamala por defender los derechos de las mujeres y por perseguir a los agresores sexuales; mientras que los hombres recordarán el implacable interrogatorio que le hizo a Brett Kavanaugh, antes de que fuera nombrado ministro de la Corte, sobre la investigación que realizaba el fiscal especial, Robert Mueller.
La designación de Kamala anuncia una campaña fuerte: un cara a cara con la América profunda —sobre la que escribí la semana pasada— y con los estadounidenses más radicales, los supremacistas blancos y los racistas. Por ello, no me sorprendió la barata respuesta de la campaña de Trump: utilizar apodos y apelar a las emociones de desprecio más bajas: misoginia y racismo.
El debate entre Trump y Harris será, sin duda, una parada política electoral importante. Además, será un tete-a-tete entre dos figuras y formas de entender y construir la democracia americana: debate entre el conservadurismo y el liberalismo; entre la vuelta a Estados Unidos de final de la Segunda Guerra Mundial o la definición del país hacia el futuro; el lugar en la geopolítica —ausente o de liderazgo—. Todo esto, sin duda, definirá el rumbo de Estados Unidos —y nos guste o no, el nuestro— por varias generaciones.
No tengo duda alguna de que Kamala Harris está lista para ejercer funciones y convertirse en la primera presidenta de Estados Unidos: abogada, fiscal, senadora y vicepresidenta.