El laberinto de la guerra

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Se cumplieron 30 días del pogrom que el grupo terrorista Hamas hizo en contra de los ciudadanos del Estado de Israel. El sólo fraseo de los hechos muestra la complejidad de la situación. Hablar de un pogrom en el siglo XXI es, de entrada, doloroso y decepcionante. Como humanidad, nos habíamos hecho la promesa de que esto no volvería a ocurrir y… aquí estamos: escuchando historias aún más desgarradoras que las del Holocausto.

Por otra parte, las imágenes de los civiles palestinos y el número de muertos es dolorosísimo.

La crueldad con la que actuó Hamas nos ha lastimado a todos: a los ciudadanos israelíes, a los judíos en el mundo, a los simpatizantes de la causa palestina y a los palestinos atrapados en medio de las armas. Pero, más importante aún: han logrado la hiperpolarización que impide el diálogo y la discusión razonada para salir de este infierno.

Hamas ha logrado que las voces se orquesten en frases simples, en descalificaciones, en señalamientos. Y nada de eso contribuye a la resolución de un asunto tan complejo como doloroso. Y eso es lo que no podemos permitir, pues si renunciamos a la razón la violencia se impondrá definitivamente.

Recordé la correspondencia entre Hannah Arendt y Gershom Scholem entre 1939 y 1964, en la que dos de las grandes mentes del siglo XX, que atravesaron el Holocausto —de diferentes formas—, discutieron sobre la necesidad del Estado de Israel, sobre su viabilidad, sobre el mal radical y sobre la banalización del mal.

A ninguno de ellos, la cuestión de la guerra o del sionismo les parece sencilla de resolver y estaban en fuertes desacuerdos sobre sus posiciones. Pero no creían tener respuestas fáciles para todo y, por ello, crearon un lenguaje nuevo que les permitiera comprender lo que ha ocurrido pero, sobre todo, lo que está por venir.

El libro inicia con una fuerte discrepancia: “Aunque Arendt, al contrario que Scholem, celebra la sentencia de muerte del tribunal hebreo sobre Eichmann, no está de acuerdo con la forma en la que se ha llevado a cabo el proceso; critica el papel de los consejos judíos durante la Shoah y se pregunta por la capacidad de los hombres de ser libres en un sistema totalitario. El horror del encuentro con Eichmann, ese ‘asesino de masas sin motivo’ ( …) la llevaron a desarrollar el concepto de ‘banalidad del mal’. Scholem calificó su exposición del proceso contra Eichmann como una banalización de la política de la aniquilación y como un ataque arrogante contra los representantes judíos, que se habían encontrado durante la dictadura nacionalsocialista en una situación sin salida desconocida hasta entonces. ¿Quién, si no ha estado allí, se puede permitir opinar?”.

Así, pienso que, aunque los últimos treinta días han sido brutalmente crueles, debemos evitar la polarización —sin fingir falsas neutralidades— y encontrar nuevos caminos conceptuales para salir del laberinto de la guerra. Nos conviene, a todos.

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