Desde hace un par de décadas, hemos sido testigos del encumbramiento de Vladimir Putin como presidente de Rusia. Desde su nombramiento en 2009, como presidente interino, sus decisiones fueron vistas con cautela, por decir lo menos: desde la inmunidad judicial ofrecida a Boris Yeltsin, el nombramiento como primer ministro que le dio Dmitry Medvedev tras haber concluido su mandato, hasta la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, la conducta de Putin fue percibida como peligrosa. Teníamos razón.
La invasión a Ucrania, los crímenes de guerra y las pocas ganas de cesar el conflicto son indicadores de que Vladimir Putin no sólo quiere ser dictador de Rusia, sino de Europa.
La gestión política del presidente ruso ha cumplido, al pie de la letra, los puntos establecidos en el “Manual del dictador”: esa suerte de guía histórica que “enumera” los pasos indispensables para acumular más poder del debido, utilizando las instituciones democráticas para traicionar sus principios, sus leyes y convertir a los ciudadanos en súbditos.
Los pasos que ha dado Putin son:
1. Pierda contacto con la realidad
2. Cree una retórica oficial
3. Censure a los medios de comunicación
4. Encarne la voz del pueblo
5. Merme o desaparezca a las instituciones que dan garantía de los pesos y contrapesos democráticos
6. Debilite los órganos electorales
7. Cambie las leyes para que lo favorezcan
8. Otórguese poderes absolutos
9. Encarcele a sus opositores
10. Envenene a los enemigos
11. Reprima las protestas
12. Enriquézcase y no dé cuentas a nadie
13. Cree sus propias élites oligarcas
El cumplimiento estricto de los pasos anteriores garantiza la acumulación de poder suficiente para que, sin que importe la vía por la que accedió al poder, se pueda decir que el gobernante es un dictador.
Así, queda solamente resolver una última pregunta: ¿para qué quiere ser un dictador? Dependiendo de la respuesta, es posible encontrar dos categorías: los dictadores mediocres y los dictadores ambiciosos.
Los primeros buscarán anquilosarse en el poder hasta el final de sus días, pues consideran que han llegado a la cima del éxito; así, no necesitan más que regocijarse en las flatulencias de su poder mal habido. ¡Ya se han sacrificado lo suficiente por traer la luz de su presencia a sus seguidores! Los dictadores mediocres tienden a victimizarse, a ser pasivos y a conservar las inercias perniciosas que describí antes.
Los dictadores ambiciosos, por su parte, buscarán expandir su poder más allá de las fronteras que los encumbraron; para ello, desarrollarán una fuerte industria militar, enfrentarán a otros líderes políticos y despertarán miedo entre sus ciudadanos. Se trata de dictadores activos, exigentes con ellos mismos para quienes no hay límites: ni territoriales ni morales.
De éstos últimos es Vladimir Putin, quien desde hace 25 días ha despertado el miedo del mundo y el terror entre los ucranianos robando, así, la libertad de todos.