Se sabe que no todos hemos tenido las mismas condiciones durante la pandemia: no es lo mismo poder hacer el trabajo a distancia que tener que salir al centro de labores; no es igual contar con un salario fijo que depender de las ventas del comercio; hacer frente a los estudios en una casa con espacio suficiente es distinto que no tener Internet o computadora propia.
Así, ha habido tantas condiciones durante la pandemia como situaciones de vida: factores como la clase social, el giro laboral y el género acentúan las ventajas y las desventajas en el desafío de la crisis sanitaria.
Lo mismo podrá decirse de las consecuencias que dejará el Covid-19: los despidos impactarán distinto a varones que a mujeres; la precarización laboral se acentuará para las jefas de familia; el trabajo doméstico recaerá en las mujeres. Lo mismo ha pasado con el cuidado de los enfermos, pues no han sido pocos los gobiernos que han reavivado el rol de cuidado femenino, como justificación a la explotación en casa. De acuerdo con datos de PNUD, a nivel mundial, las mujeres hacen dos veces y media más del trabajo doméstico y de cuidados que los varones.
Durante la pandemia, la violencia doméstica ha aumentado; además, las mujeres tienen ahora una cuádruple jornada: su trabajo profesional, las labores de la casa, la educación de los hijos, el cuidado de los enfermos. De ellas, solamente reciben remuneración económica por el primero.
Además, en estas condiciones, no es posible obviar la capacitación tecnológica; sabemos que, históricamente, ésta ha sido más accesible a los hombres y restringida para las mujeres.
Esta desventaja en el acceso a la capacitación, justificada en los roles de género, crea condiciones de competencia injustas que, sumadas a la sobrecarga de labores para las mujeres, ha hecho que la pandemia sea difícil para unos, e inhumana para otras.
Por si esto no fuera suficiente, en términos económicos, la recesión anuncia un retroceso de 10 años que —si lo permitimos— afectará más a las mujeres, pues los estereotipos, aunados al machismo, acentuarán los privilegios de los primeros en detrimento de nuestros derechos.
La crisis sanitaria dejará muertos, desempleo y pobreza. Pero no permitamos que, además, se naturalice la injusticia ni que se imponga la visión de “sálvese quien pueda”.
La nueva normalidad incorporará nuevas rutinas y modelos de educación, comercio y empleo; sin embargo, también es una oportunidad para emparejar las oportunidades, redistribuir las tareas y no aumentar la brecha entre hombres y mujeres.
Así, sólo nos queda adelantar escenarios para proteger los derechos de las mujeres y equilibrar la balanza de la justicia entre los géneros: aceptar la desigualdad estructural y reconocer las cuatro jornadas que hacemos día a día las mujeres en todo el mundo es el primer paso.