Plan nacional de vacunación, ¿a consulta?

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

No deberíamos estar buscando héroes, deberíamos estar buscando buenas ideas

Noam Chomsky

Aristóteles, en el siglo V a. C., dijo que la democracia era el menos malo de los tipos de gobierno; el estagirita tenía claro los riesgos de someter decisiones delicadas a la voluntad de los griegos; esta misma inquietud la expresaron los lógicos medievales en la falacia ad populum: aquella que consiste en confundir la opinión —doxa— de la mayoría del pueblo con la verdad.

Los políticos y lógicos clásicos sabían que este tipo de razonamientos erróneos podrían apoderarse fácilmente de las discusiones de la ciudad —polis— desviando la atención de otras soluciones; les preocupaba, además, que la violencia de la mayoría —hybris— se impusiera sobre la razón de los pocos —logos— en contra de los intereses del Estado.

No se equivocaron. Todos sabemos de grandes injusticias realizadas por medio de la democracia: desde la condena a muerte de Sócrates o de Jesús de Nazaret hasta las elecciones de Adolfo Hitler o de Hugo Chávez.

La democracia, en efecto, tiene sus riesgos, pero no por ello hay que descartarla. Más bien, hay que ser conscientes y prevenirnos de cometerlos.

Hagamos un experimento mental. Pensemos en el caso de las vacunas en Francia; si se hiciera un plebiscito para considerar mantener o retirar la vacunación universal, hay grandes probabilidades que fuera abolido por voto popular, pues 33% de la población se reconoce como antivacuna. Si a este porcentaje sumamos el abstencionismo, el programa podría abolirse; aunque no sería una decisión sabia, moral o estratégica.

Tras conocerse el resultado, imagino que éstos podrían ser algunos de los comentarios:

-  ¡Qué bueno! A mí siempre me dieron miedo las inyecciones

-   ¡Vencimos a las farmacéuticas!

-  ¡Esto es una locura! Yo me iré a vacunar a Londres.

-  ¡Salvamos a los niños del autismo!

Ninguno se antoja razonado; suenan, más bien, a un puñado de emociones contenidas, de prejuicios anquilosados, de miras cortas. Y cada uno es dueño de su cuerpo, puede decidir si se vacuna o no, pero es distinto cuando se trata de reformas estructurales. Para hacerlas, debemos escuchar las razones de la ciencia, armonizadas con la ética del Estado.

¿Cuándo se darían cuenta los franceses del error cometido? En la primera ola de sarampión o de viruela; cuando volvieran a ver a personas con poliomielitis; cuando cerraran las fronteras o les impusieran sanciones a sus productos.

No recuerdo a ningún presidente que atendiera su salud con un médico que se hubiera graduado por aplausos. En las redes sociales, los médicos influencers no son los que mejor operan.

¿Se vale dar la espalda a la ciencia? ¿Dejar de oír a los expertos? Sé que no. Hay que tomarnos la democracia en serio. Las reformas no son caprichos, ni ocurrencias ni revanchas; en ellas, nos jugamos la vida de los ciudadanos y el futuro de nuestros países.