La primera presidenta mexicana: pacto de sororidad

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El próximo fin de semana, los mexicanos saldremos a votar para elegir a la siguiente presidenta de nuestro país. Con independencia del partido ganador, sabemos que nos gobernará —por primera vez en la historia— una mujer.

En un país con 12 feminicidios al día, con un machismo identitario que supera cualquier otra categoría, con la violencia de género normalizada y aplaudida, me aparecen dos preguntas. La primera, los actores políticos varones ¿reconocerán la autoridad de la futura presidenta sin rechistar? Y, la segunda, ¿utilizarán el pacto patriarcal para sabotear a la nueva mandataria?

La respuesta a ambas preguntas es: sí, sin duda. Aún no sabemos el resultado de las elecciones, pero lo que sí sabemos es que a la descarnada y habitual lucha por el poder, habremos de añadir los prejuicios y los estereotipos de género. Con independencia del género, cada candidata representa un proyecto político muy distinto, pero ambas enfrentarán un reto en común: el machismo.

No creo que ninguna de las candidatas actuales sea tan ingenua para pensar que está cubierta por un halo de inmunidad frente a la misoginia; ninguna mujer lo estamos. Además, su triunfo representa la derrota de adversarios políticos y, también, de todos los hombres que no pudieron vencerlas.

Con esto, quiero resaltar nuevas coordenadas de lectura al posible triunfo de Claudia Sheinbaum o de Xóchitl Gálvez, pues a la ya polarizada condición actual habremos de añadir un factor determinante: el género.

El día después de la elección, en cuanto se conozca a la ganadora, muchos mexicanos escucharán las noticias y, de manera inconsciente, editorializarán la información con alguno de los famosos refranes mexicanos. Pongamos algunos ejemplos:

Locutor: México es gobernado por primera vez por una mujer.

Ciudadano: ¡Ya nos llevó el payaso! Porque “casa donde gobierna la mujer, no suele ir bien”.

Locutor: La nueva presidenta es una mujer con muchos estudios. Está muy bien preparada.

Ciudadano: Tanto estudio ¿para qué? “Mujer que sabe latín, no tiene marido ni buen fin”.

Locutor: Se avecina una lucha poselectoral entre Sheinbaum y Gálvez.

Ciudadano: ¡Viejas tenían que ser! Conflictivas. “Mujeres juntas, ni difuntas”.

Y, por supuesto, al primer error, contratiempo o traspié, la próxima presidenta tendrá que escuchar los murmullos de “vieja tenía que ser” y “pues es que no le sabe, la política es cosa de hombres”.

Pensar que no habrá sesgos en la percepción de la próxima presidenta porque es mujer es caer en la falacia de la ceguera epistémica. En términos de salud política y social, es mejor reconocerlo para enfrentarlo y, en un pacto de sororidad, las mujeres denunciemos e impidamos este tipo de descalificaciones; al hacerlo, fortalecemos a la actual presidenta pero, sobre todo, hacemos un frente en contra de los estereotipos y a favor de México y las mexicanas.

Esto no significa un cheque en blanco para gobernar sólo porque la futura presidenta es mujer; lo que propongo es hacer del respeto la norma de convivencia en México, empezando por el respeto entre los géneros.