La privacidad es uno de los baluartes de la vida democrática. Aunque se tenga un perfil público, reconocemos que hay límites que la decencia nos impide traspasar. Tratamos de no compartir la dirección del hogar, las fotos de los menores de edad y las conversaciones familiares.
Exponer, innecesariamente, la vida privada de los políticos o los gobernantes es ruin y corrosivo. Toda persona tiene derecho a la privacidad; los servidores públicos, también. Siempre y cuando la información no tenga implicaciones en el ejercicio de su función.
En los días de la pandemia, el estado de salud de los empresarios, políticos y gobernantes se han vuelto doblemente importante; primero, por las limitaciones en el ejercicio de sus funciones y, segundo, por el impacto económico-social que conlleva.
Por ello, todos los funcionarios y personajes de alto nivel que se han contagiado lo han compartido con los ciudadanos. Y esto obliga, también, a mostrar el respeto al tiempo y cuidados necesarios. Los ciudadanos tenemos derecho a estar informados y la obligación de respetar a una persona enferma, pues construir un ambiente de decencia democrática es tarea de todos los ciudadanos.
¿Es importante el estado de salud física y psicológica de los presidentes del mundo? Me parece que sí. A manera de ejemplo, pensemos el caso del presidente de Rusia, Vladimir Putin, quien no pierde ocasión de mostrarnos que se encuentra en forma; utiliza su salud física como analogía del buen estado en que se encuentra su gestión.
Hace unos años, varios psiquiatras expresaron la necesidad de un perfil de Donald Trump. La presión fue en aumento hasta que el mandatario se sometió a un examen general que lo declaraba en buena salud física y psicológica —en contra de la opinión generalizada. Trump consiguió el aval médico, pero no podrá conseguir quien respalde moralmente sus tropelías discriminatorias.
La salud mental de Nicolás Maduro ha sido muy cuestionada; el infortunado comentario sobre “el pajarito” fue la primera muestra de la poca sensatez del presidente no reconocido de Venezuela. Para desgracia de los venezolanos, la mayoría de sus decisiones políticas no pasarían una prueba mínima de razonabilidad; todavía menos, la Carvativir, mágicas con las que pretende curar el coronavirus y que no son otra cosa más que un derivado del tomillo.
Exponer la vida privada de los políticos, pero omitir la información relevante, forma parte de la trivialización de la política de nuestros días: enfocamos lo irrelevante y silenciamos lo necesario. Y, hay que insistir en ello, en esta lógica perdemos todos. Es indispensable mantener estándares éticos altos si queremos propiciar un ejercicio político decente. No nos merecemos menos.
Mejorar la calidad de las democracias implica revertir la inercia de la desinformación.