La semana pasada la Comisión Independiente sobre Abusos en la Iglesia Católica (Ciase), dirigida por François Devaux, presentó el informe de abusos sexuales en la Iglesia francesa. Los datos son, llanamente, espeluznantes: 216 000 casos de pederastia de 1950 a la fecha.
El informe francés señala que la violencia sexual dentro de la Iglesia es un problema sistémico; esto es consistente con lo presentado por otras diócesis y con la mecánica propia de ese tipo de violencia. Lo han dicho los informes, lo sabemos los expertos, lo han narrado las víctimas, pero las autoridades eclesiásticas no quieren escuchar.
El modus operandi de encubrimiento de la Iglesia francesa fue similar al que han utilizado otras diócesis, como la de Pensilvania: negación, encubrimiento, asesinatos morales, priorización de la institución sobre las personas, adjudicación de la responsabilidad a seres metafísicos inimputables —“la pederastia es una representación del problema del mal en el mundo”—.
Para defenderse, han acudido a argumentos torpes que pasan por culpar a las víctimas, defender que el secreto de confesión está por encima de las leyes civiles y sostener que los casos son un complot mediático.
También hacen declaraciones grandilocuentes: dolerse por los agravios de las víctimas, decir que habrá un protocolo, aunque llevará tiempo su implementación pues: “La historia de la Iglesia se cuenta en siglos, no en años”.
Asimismo, han trasladado la responsabilidad a las familias pues, de acuerdo con datos de la ONU, los casos de violencia sexual infantil tienen más incidencias en el ámbito familiar. Aunque, claro está, esto no exime la responsabilidad de los sacerdotes.
Por último, frente a estos horrores, los defensores obtusos han salido a decir que conforme a la Doctrina: “(…) pertenece a la infinita bondad de Dios el permitir que existan males y el sacar bienes a partir de ellos”. Esto muestra el claro empeño de las autoridades de la Iglesia por no resolver los casos, por preferir la impunidad a la justicia.
De este modo, la mecánica del encubrimiento eclesial puede resumirse en cuatro sentencias:
Ni los veo ni los oigo
Las víctimas lo provocaron
Pero en las familias se viola más
Dios escribe derecho en renglones torcidos
Lejos los años en los que la Iglesia buscaba salvaguardar los ideales más altos de la humanidad: la belleza —materializada en obras de arte—, la verdad —buscada y conservada en universidades y bibliotecas— y el bien —con criterios éticos exigentes y ejemplares—.
Hoy, la Iglesia juega a la política, al control de daños, a la desinformación. Si se abriera un nuevo índice Vaticano, tendría que llamarse archivo de los horrores del vaticano; incluiría los nombres, retratos y semblanzas de los sacerdotes pederastas, así como de sus encubridores directos y sus protectores institucionales.