“Una Europa económicamente unida, sin conciencia de su misión, no puede convertirse en una potencia mundial como lo fue durante siglos, cuando sí creía en sí misma y en su tarea”
Sandor Marai
No ha pasado ni una semana desde que terminó la Cumbre europea y Viktor Orban salió con una gran derrota. No es novedad que el primer ministro húngaro —instaurado de la democracia iliberal dentro de su partido— busque cualquier resquicio para apoderarse de las libertades ajenas.
Orban gobierna pensando que la única libertad que pueden ejercer los ciudadanos es la del voto. Y, a partir de ella, el presidente gobierna en contra de las reglas del juego democrático y promueve leyes en contra de los grupos minoritarios del país.
El problema es que la democracia no es solamente el ejercicio del voto sino, sobre todo, la igualdad de trato, oportunidades y derechos para todos los ciudadanos. Por ende, entre mayor sea el respeto a las libertades individuales —económicas, identitarias, sociales— mejor calidad democrática habrá.
Pero Orban no quiere entender así las facultades que los ciudadanos húngaros le otorgaron; al menor descuido, busca oportunidades para limitar las libertades mediante la dominación política.
Orban, durante los diez años que lleva su gestión, ha atacado a las ONG, a los jueces, a las universidades, a los medios de comunicación, a los musulmanes, a los refugiados y hasta a George Soros.
Por si no bastara, al inicio de la pandemia, se otorgó poderes máximos con el pretexto de la crisis. Un año más tarde, busca instaurar sus prejuicios en el modelo educativo: confundiendo educación sexual con pedofilia, la ley húngara persigue prohibir toda referencia a la homosexualidad en contenidos a los que puedan acceder menores de 18 años.
Varios representantes de los países miembros de la Unión Europea, le han dicho a Orban, es más que una asociación económica, un bloque comercial o una hermandad geopolítica; la Unión Europea es un club de valores y no son negociables. Mark Rutte ha sido implacable; lo mismo que la de Angela Merkel o la de Emanuele Macron. Por su parte, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, señaló que la ley era una “vergüenza”.
Sin duda, la frase que quedará para la historia fue la que expresó el primer ministro luxemburgués, Xavier Bettel: “Ser homosexual no es una opción, ser homófobo sí”.
La política de Orban es una muestra más de cómo se puede fallar a los principios de la democracia haciendo uso de su estructura. Lo que hace es corrosivo tanto para los ciudadanos como para las estructuras que lo sostienen.
Afortunadamente, el próximo año Hungría tendrá elecciones y, hasta el día de hoy, los sondeos no favorecen al presidente ni a su partido. Ya veremos si, al menos, respeta la decisión del voto de sus ciudadanos —si es que no lo favorecen.
Ojalá que un ajuste en el poder devuelva a Hungría su rostro europeo.