Valeria López Vela

Vuelve la policía de la moral

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

“El poder disciplinario, en efecto, es un poder que, en lugar de sacar y de retirar, tiene como función principal la de ‘enderezar conductas’; o sin duda, de hacer esto para retirar mejor y sacar más”

Michel Foucault

Una vez más, el sistema religioso-judicial iraní ha endurecido las sanciones en contra de las mujeres que se rehúsan a seguir las indicaciones sobre su apariencia física.

Desde 2007, se formaron las Gasht-e Ershad, una suerte de “policía de la moral” que busca combatir la vestimenta “no islámica”; las Gasht-e Ershad vigilan que las mujeres cumplan los preceptos del hiyab: vestir abaya, un vestido amplio que cubre todo el cuerpo, excepto la cara y las manos; llevar niqab, un velo que cubra la cabeza, su cabello y el rostro; además de verificar que no utilicen cosméticos.

Las últimas sentencias, dictadas por no llevar velo en la calle, ofrecen pasar dos meses en la cárcel o lavar cadáveres durante un mes o realizar el servicio de limpieza en alguna oficina gubernamental. Así, la desproporción de las sanciones son una muestra más del desvarío que las sostiene.

Las sentencias carecen de todo sentido de justicia. En realidad, son una forma más de sometimiento, un eslabón más en la cadena de la humillación cuyo mensaje es simple y contundente: “o me obedeces o te humillaré y denigraré cada vez más”, las palabras favoritas de todo macho patriarcal.

Y, como se acostumbra, vendrá la indignación social, los señalamientos en redes, la vieja estrategia del naming and shaming —nombrar para avergonzar— que nada importa a los opresores cretinos del siglo XXI.

Como mujer que vive en un país en donde diariamente asesinan impunemente a once personas como yo, lamento que las palabras se hayan vuelto el sucedáneo para la acción; que las sociedades hayamos vuelto a los discursos y a las declaraciones el sustituto de la justicia, que la irritación pasiva ha tolerado las injusticias cotidianas en contra de las mujeres.

Aunado a esto, las omisiones de las autoridades encargadas de sancionar los casos no son más que mezquinas complicidades. La simulación y la hipocresía son el disfraz favorito de cualquier estructura de dominación; juntos, construyen la cultura de la omisión en donde las injusticias por género se multiplican de forma exponencial. Y ésa es, también, su responsabilidad.

Para decirlo claramente, cada vez que un funcionario de segunda categoría moral burocratiza, con argumentitos leguleyos baratos, las mezquindades de la violencia de género no es más que un cobarde agresor —o agresora— encubierto. Y el tiempo sabrá poner a cada quien en donde le corresponde.

Frente a los atropellos de la policía de la moral, la única respuesta posible es seguir adelante: ni un paso atrás, defendiendo los derechos y la dignidad, considerando el respeto incondicional que merece cada vida.