Valeria Villa

El consentimiento

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En estos días en los que el abuso sexual de menores tomó relevancia en la conversación pública, llegó a mis manos la novela de Vanessa Springora, editora, escritora y cineasta francesa: El consentimiento, publicada en español por Penguin Random House en 2020. En este libro, la autora relata su historia de abuso sexual a manos del escritor–pederasta Gabriel Matzneff, cuando ella tenía catorce años y él casi cincuenta.

La escritora levanta la voz treinta años después para denunciar a su agresor y también el silencio y la complicidad del mundo intelectual, la resignación de su madre que no la protegió y la permanente ausencia moral de su padre. Springora utiliza la literatura para relatar su destrucción psíquica, el camino de su recuperación y para aclarar para quien aún no lo tenga claro, que una niña no está en condiciones de consentir libremente los avances sexuales de un adulto por la diferencia de edades y por la monstruosa asimetría de poder.

Los sueños de asesinato y venganza de Springora se convirtieron en este libro con el que recupera la fuerza para contar su historia. A continuación, algunos subrayados:

• “Por las noches, escondida debajo de las mantas, oigo a mi padre gritar y llamar a mi madre guarra o puta sin entender el motivo. Es un maniaco obsesivo que no tolera que movamos un objeto sin su consentimiento”.

• “Desde que mi padre desapareció del mapa, intento desesperadamente llamar la atención de los hombres (…) un padre ausente que ha dejado un vacío insondable en mi vida. Una gran afición a la lectura. Cierta precocidad sexual. Y sobre todo un enorme deseo de que me miren”.

• “Desde el primer instante confundo su sonrisa con una sonrisa paternal, porque es una sonrisa de hombre, y ya no tengo padre”.

•“¿Cómo no sentirme halagada porque un hombre, que además es escritor, se haya dignado a posar sus ojos en mí?”

• “No recuerdo que mis padres fueran a recogerme al colegio cuando tenía edad de esperarlos (…) Ahora G. está casi todos los días delante de la salida de mi escuela (…) nuestro amor es un amor prohibido. Las personas decentes lo censuran. Lo sé porque no deja de repetírmelo. Así que no puedo decírselo a nadie. Pero ¿por qué? ¿Por qué si yo lo amo, y él también me ama?”

• “Me mece en sus brazos como a una bebé, me pasa la mano por el pelo alborotado, me llama ‘mi niña querida’ y ‘mi guapa colegiala’”.

• “En 1977 se publica en Le Monde una carta abierta a favor de la despenalización de las relaciones sexuales entre menores y adultos, que firmaron y apoyaron eminentes intelectuales, psicoanalistas y filósofos de renombre, escritores en lo más alto de su carrera, en su mayoría de izquierdas. Encontramos entre otros, los nombres de Roland Barthes, Gilles Deleuze, Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre, André Glucksmann, Louis Aragon (…) a los nombres anteriores se suman los de Françoise Dolto, Louis Althusser y Jacques Derrida, por citar sólo a algunos, aunque la carta está firmada por ochenta intelectuales”.

• “Luchar contra el encarcelamiento de los deseos y contra toda represión son las consignas de ese período, y nadie tiene nada más que objetar. Una deriva y una ceguera por las que casi todos los firmantes de esas peticiones pedirán disculpas un tiempo después”.

•“¿Y cómo va a ser malo si es el hombre al que amo? Gracias a él ya no soy la niña solitaria que espera a su papá en el restaurante. Gracias a él por fin existo”.

• “Porque al G. enamorado de adolescentes se añade el escritor. La autoridad y el control psicológico de que goza bastan para empujar a su ninfa del momento a afirmar por escrito que está satisfecha. Mediante esta orden muda, la adolescente se impone la misión de tranquilizar a G. respecto del placer que le proporciona, de modo que, en caso de que irrumpa la policía, su consentimiento no plantee la menor duda”.

• “Hay muchas maneras de arrebatarle a una persona su yo”.

• “Usted lo ama y debe aceptar su personalidad. G. nunca cambiará. Es un inmenso honor que la haya elegido. Su papel es acompañarlo en el camino de la creación, y también doblegarse a sus caprichos. (En una visita desesperada para pedirle ayuda a Emil Cioran)”.

• “Le digo a mi madre que he dejado a G., al principio se queda sin palabras, y luego me contesta con expresión triste: ‘Pobrecillo, ¿Estás segura? ¡Te adora!’”

• “Le reprocho constantemente que no me haya protegido lo suficiente. Ella me contesta que mi resentimiento es injusto, que se limitó a respetar mis deseos y a dejarme vivir mi vida como yo quería”.

• “Más adelante optaré por decir toda la verdad, confesar que me siento como una muñeca sin deseo que no sabe cómo funciona su propio cuerpo, que sólo ha aprendido una cosa: a ser un instrumento para juegos que le son extraños. Cada vez la confesión se saldará con la ruptura. A nadie le gustan los juguetes rotos”.