Cultivar la esperanza

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa&nbsp;<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Valeria Villa *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.

En el libro Valores de la clínica. Emociones que guían el tratamiento psicoanalítico (Routledge, 2004), la psicoanalista norteamericana Sandra Buechler aborda las emociones relevantes para el trabajo terapéutico. Una de ellas es la esperanza. Lo primero que sorprende es el uso de la palabra esperanza, tan escaso en la literatura psicoanalítica, a pesar de que nuestra práctica terapéutica se sostiene en esta emoción interpersonal, gracias a la cual es posible imaginar y construir escenarios nuevos y más vitales para los pacientes. El terapeuta espera que la vida del paciente cambie para mejorar. El paciente espera que el terapeuta lo acompañe en su viaje. Ambos comparten la esperanza de que los encuentros constantes abran posibilidades psíquicas, impensables hasta ese momento. Buechler afirma que hay que suspender el escepticismo y creer que llegaremos a algún lado, aunque en este momento no esté claro a dónde. Hay que aceptar el misterio de no saber con exactitud cuándo aparecerá un discernimiento transformador para la vida. Aceptar la paradoja, las contradicciones, es una conquista fundamental del crecimiento psíquico, que permite enfrentar las subidas y las bajadas de la existencia, los cambios en el mundo interno, los retos del externo imposibles de controlar. La esperanza es una forma terrenal de la fe porque se espera, a pesar de no contar con evidencias lógicas o materiales.

Para un terapeuta es indispensable saber acompañar a alguien en su desaliento. Es quizá la empatía en su máxima expresión, porque no importa la incomodidad y la tristeza de estar cerca de alguien desesperanzado, ni se intenta sacarlo rápida y ansiosamente de ahí. Dice Buechler: “En la medida en que nos limitemos a lo racional, temerosos de lo paradójico, incapaces de aceptar los términos de la vida, tendremos la esperanza equivocada”.

Buechler habla de esperanzas equivocadas, de quienes tienen potencial paranoide, obsesivo, esquizoide, narcisista o depresivo. El paranoide espera que la vida le dé certidumbre sobre los otros. Le da paz pensar que sabe lo que piensan los demás. El narcisista espera que todo potencie su ego, aunque sea insaciable e incapaz de sentirse colmado. Siempre tiene hambre y nada lo tranquiliza respecto de su propio valor. El obsesivo espera lograr el control mágico de las palabras y actos de los otros y obviamente, fracasa. El esquizoide espera mantener lejos a quienes quieren acercarse. También fracasa a menos que se encierre en un búnker de desconfianza y miedo a que lo lastimen. La esperanza tiene que ver, entonces, con lo que esperamos de la vida. A veces, las expectativas son tan específicas que se cierran las puertas a las posibilidades y a los caminos misteriosos. Una esperanza equivocada sería esperar a que aparezca el amor perfecto, a tener resuelta la vida económica, a que un hijo madure o cualquier otro anhelo, para estar bien. La esperanza es más fuerte cuando es realista y no basada en una sensación ilusoria de control sobre la vida. Le ayuda la determinación, la perseverancia, la curiosidad y aventurarse a experimentar con la vida. Freud afirmó que es suficiente con reducir el sufrimiento neurótico a miseria común. Buechler se pregunta si no será posible construir una realidad más sana y no sólo responder ante ella. La esperanza es un impulso hacia la vida que permite enfrentarla con valentía, sentido existencial y aceptación a lo inevitable de las pérdidas. No sentir que vale la pena luchar por la vida es una razón para buscar ayuda terapéutica.

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