Valeria Villa

¿Por qué nos fascina Succession?

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Todos los domingos se transmite la cuarta y última temporada de una de las series televisivas más impecables en la historia de la televisión. Succession es una sátira, un retrato brutal, trágico, desnudo y a veces repugnante de una familia encabezada por Logan Roy, un hombre sin escrúpulos, magnate, dueño de un canal de noticias y de muchos otros negocios, que al verse viejo y cansado finge estar dispuesto a cederle el poder a alguno de sus tres hijos.

El problema es que los varones, Kendall y Roman, son patéticos y están discapacitados para existir por mérito propio. Son extensiones narcisistas de un padre que, como Saturno, se los ha comido vivos; bebés del nepotismo, frágiles y erráticos. Shiobhan (Shiv), la niña de papá, es la más inteligente de los tres y la única que ha trabajado fuera de Waystar Royco, el imperio del padre, pero también es arrastrada por la ambición de poder. Estos tres adultos sin brújula moral, completamente desconectados de la realidad, son en el fondo niños sin amor buscando la predilección de un padre incapaz de amar.

Una de las formas de entender a la familia Roy es mediante el mecanismo de identificación con el agresor, que en la definición de 1933 de Sandor Ferenczi aparece cuando “nos sentimos agobiados por una amenaza ineludible y con la esperanza de sobrevivir, nos convertimos precisamente en lo que el atacante espera de nosotros en cuanto a nuestra conducta, percepciones, emociones y pensamientos”. Esta definición es distinta a la del mecanismo clásico descrito por Anna Freud en 1936 mediante el cual, quien se identifica con el agresor, se convierte en agresor también. En Ferenczi se trata de una maniobra más sofisticada a partir de la disociación de la identidad y la identificación con el agresor que se traduce en casi adivinarle el pensamiento. Una de las consecuencias de este mecanismo, es asumir una posición masoquista, desde la que la víctima cree merecer las humillaciones, la violencia y los castigos. Esta forma de relación los atraviesa a todos, que excepto el padre, son víctimas de alguien y victimarios de otros, como si no hubiera ninguna otra posibilidad. El hijo menor, Roman (Kieran Culkin) es el hijo berrinchudo por excelencia, el más maltratado por el padre, pero que siempre vuelve para pedir perdón y para recibir su castigo. Es el clásico varón que se excita con una mujer que podría ser su abuela, cuando le dice “niño malo”, pero también el más hábil para imitar al padre. Kendall, el hijo mayor, es depresivo, proclive a las adicciones y a las pulsiones suicidas que deja ver con frecuencia, a veces en microgestos y grietas caracterológicas, pero a veces con derrumbes aparatosos que lo llevan a matar accidentalmente a un valet parking y a internarse en un clínica de rehabilitación. Shiv es una abogada inteligente, fría, sarcástica, que gasta toda su energía en defenderse y en aparecer invulnerable en un mundo en el que las mujeres jamás podrán acceder al punto más alto del poder. Su soledad y la exclusión sistemática que vive terminan enloqueciéndola. Reproduce con Tom, su marido-trofeo, el sadismo del padre y aunque la mayor parte del tiempo parece despreciarlo, es lo único que tiene y lo más cerca que ha estado de que alguien la quiera. Tom viene de Minnesota y se esfuerza por pertenecer al sofisticado mundo de su mujer. Es frívolo y tiene debilidad por los relojes y los trajes, aunque parece por momentos el único capaz de cierta inocencia, buen carácter y dotes diplomáticas, que en una familia de sociópatas despierta lástima y burlas. Tom reproduce con Greg, el primo pobre y aparentemente estúpido, el sadismo que vive a manos de los Roy. Masoquistas en unas relaciones y torturadores en otras.

La existencia psíquica autónoma, la sensación de ser uno mismo o self, está ausente en todos los personajes, excepto en Logan Roy. Todos se mimetizan como camaleones con el mundo que los rodea, con lo que los atemoriza, para protegerse. El yo desaparece mediante la sumisión y los intentos por complacer al agresor (Roman, Tom y Greg ejemplifican muy bien este mecanismo). Dice Ferenczi: “El niño puede incluso compartir el placer que el abusador obtiene haciéndole daño”. Roman es el personaje más puramente identificado con el maltrato, como cuando en un momento de colapso emocional, alucina la voz del padre muerto diciéndole que tiene el pito chico y que todo le sale mal siempre. Roman escucha obsesivamente la misma frase en un ritual masoquista. Aunque el padre muera, vive para siempre como una representación interna, que se conoce como objeto malo internalizado. Vive para siempre dentro de las mentes de sus hijos desde donde los sigue poniendo a competir, despreciándolos. Se odia y se adora al agresor, porque es el único que existe por sí mismo. Erich Fromm, en 1941 habló del anhelo de escapar de la libertad. De renunciar a la propia autonomía para identificarse con una figura fuerte. Hay una paz infantil en volverse dócil, mudo o estúpido frente a una figura dominante. Lo único que une a los hermanos Roy es el abuso y el trauma compartido. También los intentos desesperados por matar al padre, anhelando creer, también con desesperación, que alguna vez los amó. Succession es un retrato milimétrico de familia, de rivalidad fraterna, de abuso emocional, de abandono, de aniquilamiento a manos de un narciso y de monstruos amorales.

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