Valeria Villa

Inventar la esperanza

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Así describió un paciente la sensación que lo acompaña durante las últimas semanas, en las que como broma macabra y cuando apenas emergemos de nuestras casas que se volvieron cuevas, en las que nos defendimos de la pandemia durante dos años, el mundo amanece con la amenaza de una nueva guerra mundial.

Otra vez la muerte al acecho, esta vez por las temerarias decisiones de un presidente que parece no inmutarse ante la muerte de civiles, la oleada de repudio de todos los países del planeta y frente a las consecuencias globales de esta invasión.

En este contexto, lo más natural es sentir miedo. La asociación libre, el mecanismo cognitivo mediante el que relacionamos ideas cuando hablamos sin censura, hace que no uno sino varios pacientes vivan con miedo las muertes que tienen cerca, como si se tratara de una bala perdida: de un médico que los atendía una vez al mes y que una mañana amaneció muerto por un infarto. De un colega del que se habla en una reunión para enterarse al día siguiente que perdió la vida en un accidente vial. También aparecen en estas asociaciones libres, los macabros hechos que tuvieron lugar en un estadio de futbol hace una semana, que evidencian que no hay ya espacio a salvo de la violencia criminal. La mezcla de violencia, mentiras e impunidad es desoladora y destruye una vez más las endebles certezas, necesarias para creer que se puede vivir en este mundo de una manera medianamente humana. En este recuento mortal, se suman los 10 feminicidios diarios que ocurren en México, como el recordatorio siniestro de que las vidas de las mujeres siguen sin importar. También se habla con dolor, durante las sesiones de terapia, de todas las desaparecidas, de las madres que las buscan, de los hombres que toman las vidas de sus parejas o de mujeres y niñas que tuvieron la mala suerte de cruzarse en su camino. De abusos sexuales infantiles, de pederastias encubiertas por iglesias, televisoras y políticos. Perversos sexuales que destruyen la psique y el cuerpo de niñas y adolescentes con total impunidad.

Es difícil seguir pensando que si no nos pasa a nosotros nada está pasando. Los hechos antes narrados nos hacen preguntas sobre nuestra humanidad y es imposible negar que la maldad humana es real. Que la pulsión de muerte, que tanta incredulidad despierta, parece ser la única explicación para todos los actos que tienen como único objetivo aniquilar a otra persona: la guerra, la violación, la pederastia, el narcotráfico, el asesinato, el feminicidio.

“Sólo hay un infierno y está en este mundo y nuestra tarea en la vida es rechazarlo”, escribió Albert Camus, quien creía que la violencia era inevitable y también injustificable. Contra toda evidencia, tal vez habría que creer como Camus, que hay más en el hombre para admirar que para despreciar.

También pensar, junto con Judith Butler, salidas a la violencia: “Reconocer el potencial de destrucción coexiste con la afirmación de la no violencia aún cuando nos debatamos con una ira justificable. Esto supone, tal vez, una necesidad y una obligación —difícil, precaria—, y también, incluso, en el mejor de los casos, una feroz alegría que a veces compartimos”. La feroz alegría que a veces compartimos es que donde no hay esperanza, debemos inventarla.