Valeria Villa

No odio a tu madre

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Un viejo dicho del mundo de la terapia afirma que la negación se acaba hasta que se termina. Negar algo que es verdad es un acto racional que utilizamos para defendernos de un contenido reprimido en el inconsciente: generalmente algo doloroso, que causa vergüenza, que se borró de la memoria, pero que emerge a la superficie del preconsciente y a veces de la conciencia plena. Un ejemplo clásico de negación ocurre cuando Freud pregunta al paciente quién era la persona del sueño. El paciente contesta: “No es mi madre”. Nosotros, dice Freud, rectificamos: “Entonces es su madre”.

Otro ejemplo más de negación, mezclada con proyección: “No vayas a pensar que quiero pelearme contigo”. Al decir esto se rechaza y se proyecta algo que afloró en la conciencia: quiere pelearse pero lo niega y se lo deposita a la otra persona.

En resumen, un pensamiento reprimido puede irrumpir en la conciencia con la condición de que se pueda negar. La negación es una cancelación de la represión, una aceptación de lo reprimido: “No vayas a pensar que me gusta tu marido”, “no odio a tu madre”, “soñé que tenía sexo con un hombre pero no era mi exnovio”, “no me afecta su abandono”, “no tuve una infancia infeliz”. Todos estos contenidos habituales en los relatos de los pacientes, antecedidos por el no, negados, son evidencia de que lo que está guardado en el inconsciente comienza a moverse al nombrar eventos relevantes de la historia.

La negación es una aceptación intelectual de lo reprimido —de lo inaceptable, doloroso, traumático, prohibido, vergonzoso— aunque afectivamente no se ha procesado todavía. Negar algo verdadero en los hechos pero inaceptable para el corazón. El “no” es el sustituto intelectual de la represión. Si se comienza el relato de algo importante con un “no”, hay una liberación de las restricciones de la represión. No hay mejor prueba de que se ha logrado descubrir lo inconsciente que con esta frase del paciente: “Nunca se me ha pasado por la cabeza”.

Desde un lugar distinto, también es posible pensar la negación como un acto poderoso que permite conservar la identidad hasta que estamos listos para movernos de lugar. Cuando enfrentamos la pérdida o la desaparición de la vida como la conocíamos, una dosis suficiente de negación es necesaria y hasta compasiva. Rehusarse a enfrentar aquello para lo que aún no estamos listos nos puede ayudar a atravesar las dificultades del presente. La negación pone el énfasis en aquello que debe ser visto. Es un estado transicional por el que pasamos todas las personas cuando nos sentimos huérfanos de nuestra vieja vida, de nuestro viejo hogar.

La negación también puede ser una prisión si se convierte en una forma rígida de juzgar la realidad. Negar una verdad es observar la incapacidad para dar el siguiente paso con valentía.