El enésimo pico de contagio y muerte, llega cuando estamos cansados, hartos y desgastados, porque el nuevo límite del mundo sigue siendo la puerta de la casa. Los efectos del encierro, las fantasías de transgredir la cuarentena, cada vez son más intensas: Salir sin cubrebocas a correr, contagiarse de una vez, hacer fiestas, viajes, ver sólo absurdo en lo que antes veíamos como un acto amoroso, al llevar semanas sin convivir con las personas que nos importan y que le daban sentido a la vida. Sin poder hacer las cosas que nos daban alegría y estar exhaustos de buscarle lo bonito al encierro, al miedo a la muerte, tratando de mantenernos fuertes y con esperanza. Conservarse estable emocionalmente en los días que corren parece cada vez más inalcanzable. El reto crece con el paso sordo de los días, con las noticias cada vez más cercanas de contagios y muertes, con la angustia personal o por los amigos, de negocios que están al borde de la quiebra. Este pequeño fin del mundo parece no tener fin.
La angustia es más colectiva que nunca para quienes pueden pensar más allá de sí mismos. Saber de primera mano que los médicos tienen que conseguir su propio equipo de protección, si es que tienen los recursos, es una fuente de preocupación enorme. La tasa de contagio es seis veces mayor que en China y el doble que en Italia. El personal de salud en México muere cinco veces más que en Estados Unidos. Es difícil no responsabilizar al Estado, que sigue distraído en proyectos absurdos y en atacar a las instituciones que son indispensables en una democracia. Escuchar al Presidente de este país es un golpe seco para la esperanza. Todos nos repetimos que hemos tenido una lista interminable de mandatarios impresentables, pero parece que el actual se empeña en ser el peor de la historia. El cargo le queda grande todos los días. Todos los días descolocado, absurdo, egomaniaco, torpe, hostil, polarizando a un país de por sí dividido en castas desde hace siglos.
Quizá por eso nos fugamos a ese lugar de elaboración que son los sueños. Ahí aparecen con gran intensidad escenas nostálgicas, como si antes todo hubiera sido mejor. Los pacientes reportan sueños habitados por personajes que hace décadas no ven. Aunque el inconsciente sea así, atemporal, esta necesidad de habitar en una realidad pre-Covid se ha intensificado. La virtualidad con la que la gente trabaja, se comunica, aprende, se erotiza, ama, hace que la realidad se vea cada vez más lejana. Muchos tendrán que esforzarse para volver a poner el cuerpo en las relaciones. Una fiesta, un concierto, un viaje, sexo casual, un congreso, ir a la escuela, correr por Reforma. Todo se ha vuelto como un sueño imposible en estos días. Conservar el sentido de vida cuando el sinsentido nos rodea. Intentarlo. Aferrarse a pequeños placeres de la carne que no son contagiosos, como un vino o un pan con mermelada. Entregarse a la comida, comprar electrodomésticos que no sabíamos que eran tan necesarios porque muchos estábamos acostumbrados a la ayuda doméstica, un privilegio latinoamericano. Total que estas palabras no son de consuelo sino de solidaridad y acompañamiento. Si usted se siente muy mal, desorientado, exhausto, angustiado por el futuro que sigue sin vislumbrarse, quiere decir que aunque le duela, es capaz de sentir lo que es congruente sentir en estos días. Albergar un deseo, aunque sea pequeño. Unas ilusiones simples en forma de planes sin fecha. Tal vez.