Valeria Villa

Puritanas, ofendidos, censores

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Cuando en 2018 las francesas llamaron puritanas a las estadounidenses del movimiento #Metoo, muchos hombres aplaudieron: por fin mujeres sensatas que entendían que la seducción era central en la convivencia de hombres y mujeres. Hombres que no se resignaban a regularse, a aprender de límites, a aceptar que no se toca a una mujer sin su consentimiento porque además podían incurrir en un delito.

El llamado puritanismo se unió al adjetivo políticamente correcto y a la palabra censura, para describir la postura moralista de grupos minoritarios o identitarios como feministas, grupos LGBT o Black Lives Matter. La defensa de los derechos de las minorías se convirtió en puritanismo censor. Un ejemplo de lo que se ha llamado puritanismo, es la novela Lolita de Vladimir Nabokov, denunciada como lo que es: la historia de un hombre maduro al que le gustan las niñas. ¿Se ha propuesto desaparecer o quemar el libro? No, pero sí exhibir la pederastia que fue normal durante décadas en el mundo cultural (ya reseñé aquí hace tiempo El consentimiento de Vanessa Springora (https://www.razon.com.mx/opinion/columnas/valeria-villa/consentimiento-475170). En un mundo que está lleno de niñas violadas por hombres mayores, ¿la prioridad es defender el libro de Nabokov? Un argumento dice que es necesario que el arte hable del mal, si así lo dicta la libertad de expresión. Yo no sé si necesitamos más historias de pederastas o seguir venerando películas como Manhattan, en la que Woody Allen interpreta el papel de Isaac Davis, un hombre de más de 40 años que se acuesta con una joven de 17 años, sin tener una postura ética frente a lo que Allen presentó una y otra vez como algo normal para después vivirlo en su vida privada al iniciar una relación con la hija de su esposa, cuando era una adolescente. Allen sólo es 36 años mayor que Soon-Yi, con quien sigue casado…

El arte no es sagrado y quizá no deberíamos tratarlo como tal. Hablo por mí, no por todas las mujeres ni por todas las personas. Dice Lucía Lijtmaer en su ensayo Ofendiditos (Anagrama, 2019): “Otra vez nos encontramos ante la acusación de que se cercena y se ahoga la libertad individual, como en la parodia de Charo López interpretando a una mujer no puritana: no me representan, yo no soy así, por qué odian a los hombres, a mí nunca me pasó nada, mi padre es una excelente persona, mis hermanos también”. El colmo para descalificar a las mujeres críticas de manifestaciones culturales como las aquí señaladas, es decir que han emprendido una cacería de brujas, que describe nada menos que a una sociedad ejecutora de mecanismos de castigo contra las mujeres.

Se le llama a todo aquel que defienda a las minorías “ofendidito” o políticamente correcto. Aquel que tiene el gatillo fácil para la indignación, que es hipersensible e ignorante. En México el ejemplo perfecto ha sido el grito de “puto” en los estadios de futbol, que muchos han defendido como una manifestación de folclore cultural que nada tiene que ver con la homofobia. Cualquiera en este país sabe que llamarle “putito” o “puto” a otro hombre es una ofensa homófoba aunque se disfrace de broma. Ridiculizar las demandas de las feministas respondiéndoles que exageran, que no todos los hombres, que hay mujeres peores, es una falta de solidaridad. ¿Se dan cuenta de que cuando responden “no todos los hombres” o “¿y qué me dices de algunas mujeres?” están siendo incapaces de empatizar con el estallido de miles de mujeres indignadas a lo largo y ancho del planeta por el trato abusivo, por la violencia, por el acoso, por la humillación y la desigualdad perpetrada por miles de hombres?

Parece que hoy en día ser un hombre o una mujer inteligente es equivalente de ser políticamente incorrecto, a alguien libre que está al margen de los sermones de los ofendidos. Dice Lijtmaer que no hay día que un comentarista de derechas, un tuitero antifeminista o un defensor de la unidad de España no se defina como políticamente incorrecto. El término de corrección política fue resignificado en 1990 con un artículo de Richard J. Bernstein publicado en el New York Times en el que describe “la existencia de una ideología según la cual, una amalgama de opiniones sobre raza, ecología, feminismo y política exterior, define una especie de actitud correcta” (https://www.nytimes.com/1990/10/28/weekinreview/ideas-trends-the-rising-hegemony-of-the-politically-correct.html). Resulta ser, entonces, que los políticamente correctos son los nuevos fascistas, los nuevos intolerantes. La verdad es que los verdaderos fascistas son los movimientos de ultraderecha, aunque denuncien censura por parte de los movimientos de defensa de los derechos humanos.

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